El Domingo 28 de febrero, el Nuevo Herald publicó una noticia que ya se esperaba: Cuba no participará en los Juegos Centroamericanos y del Caribe a celebrarse en Puerto Rico del 17 de julio al 1ro de agosto. Las consecuencias de tal acto las reseña el articulo del diario, por lo que no vale la pena redundar sobre lo negativo de la ausencia de la Isla en el certamen regional. Lo que me lleva a escribir este post, es el recuerdo de otra negativa, por razones netamente ideológicas, que practicara el gobierno cubano cuando las Olimpiadas de Seúl en 1988.
El caso es que, por aquellos años yo alternaba mi existencia entre La Habana y Cienfuegos y, en esta ultima ciudad, en los Pastoritas de Nuevo Vedado, tenía un vecino que formaba parte del equipo nacional de Polo Acuático.
J. -que es la inicial de su nombre-, estaba en completa forma deportiva. Su rendimiento era de los mejores dentro del team, y aquella negativa venía a dar al traste con su carrera, o al menos con la aspiración de conseguirse una medalla olímpica; precea muy probable para la época pues la selección cubana en esos momentos contaba con excelentes resultados a nivel internacional, y muy bien, podía ubicarse entre los primeros a nivel mundial.
J., no fue jamás a la península coreana y, además de no traerse la pacotilla ansiada para él, su mujer, su hija de meses, que por unas cajas de tabaco Cohíba pensaba conseguir -un dato que algunos considerarán frívolo, pero que no lo es para un criollo cuando se trata de un viaje al exterior-, la oportunidad de realizarse como deportista quedó trunca al prohibirse la participación de cualquier atleta cubano en los juegos mas importantes del deporte contemporáneo, únicamente porque en la anterior edición, la de Moscú 80, el gobierno norteamericano la boicoteó, justificando su negativa de no participar debido a la invasión de los rusos a Afganistán -aunque aún los haya quienes, en un desvarío sin límites, consideren que el disgusto de la casa Blanca vino por no concedérsele la sede a la ciudad de Los Ángeles-; por cierto, iniciativa secundada por una buena cantidad de países.
Claro que en esta oportunidad a Cuba le asisten varias razones, la mayoría muy distantes a las de Seúl: la más poderosa, es la de la inevitable estampida que ha de suceder si la delegación cubana fuese por fin a Puerto Rico. Entonces, ¿por qué los hay, que todavía se preguntan el motivo de las innumerables deserciones que suceden cada vez que Cuba participa en cualquier torneo?
Pienso que la respuesta está en los deseos de cada deportista -si ama verdaderamente su disciplina-, por su realización como atleta, bien lejos de dogmas o directrices, donde lamentablemente, los que califican, primero tienen que mostrar su confiabilidad al régimen y, después, los resultados que avalen su presencia en el equipo.
Nada tiene que ver la política con el deporte. Tal vez, el día que esto se entienda definitivamente en La Habana -como otras aspiraciones necesarias, imprescindibles, para el hombre-, las cosas cambien para el deporte cubano, y de manera favorable.