
El caso es que, por aquellos años yo alternaba mi existencia entre La Habana y Cienfuegos y, en esta ultima ciudad, en los Pastoritas de Nuevo Vedado, tenía un vecino que formaba parte del equipo nacional de Polo Acuático.
J. -que es la inicial de su nombre-, estaba en completa forma deportiva. Su rendimiento era de los mejores dentro del team, y aquella negativa venía a dar al traste con su carrera, o al menos con la aspiración de conseguirse una medalla olímpica; precea muy probable para la época pues la selección cubana en esos momentos contaba con excelentes resultados a nivel internacional, y muy bien, podía ubicarse entre los primeros a nivel mundial.

Claro que en esta oportunidad a Cuba le asisten varias razones, la mayoría muy distantes a las de Seúl: la más poderosa, es la de la inevitable estampida que ha de suceder si la delegación cubana fuese por fin a Puerto Rico. Entonces, ¿por qué los hay, que todavía se preguntan el motivo de las innumerables deserciones que suceden cada vez que Cuba participa en cualquier torneo?
Pienso que la respuesta está en los deseos de cada deportista -si ama verdaderamente su disciplina-, por su realización como atleta, bien lejos de dogmas o directrices, donde lamentablemente, los que califican, primero tienen que mostrar su confiabilidad al régimen y, después, los resultados que avalen su presencia en el equipo.
Nada tiene que ver la política con el deporte. Tal vez, el día que esto se entienda definitivamente en La Habana -como otras aspiraciones necesarias, imprescindibles, para el hombre-, las cosas cambien para el deporte cubano, y de manera favorable.
