martes, 9 de marzo de 2010

Máximo Gómez. Réplica a un buen amigo

Mi amigo José Ramón, una buena persona que respeto por su entrega honesta a una idea que él considera viable para una Cuba mejor, que a mí en lo personal me parece imposible desde todo punto de vista, entre otras innumerables cosas, porque no me da la gana que venga un foráneo a dictar reglas en cuanto a mi manera de vivir; y además, por el comportamiento del actual gobierno español sobre Cuba, bien abyecto (y siempre dispuesto al coqueteo con la octogenaria dictadura, únicamente para ganar espacios en el mercado, entre otras cosas lo mismo, por esa espina que aún tiene clavada en el culo "El gallardo León Ibérico" luego de que el Almirante Cervera fuese hundido en la bahía de Santiago), publicó un articulo este pasado Lunes 8 de marzo en el que define a Máximo Gómez como un genocida.

Para sustentar su argumento, se remite a la famosa “Tea Incendiaria” que practicara el Viejo y, tal vez, por el apego que tuvo en su momento el Generalísimo al decreto de Juan Bautista Spottorno. Cubano-italiano, que tiempo después sufrió la vergüenza de que se le propusiese aplicarle el decreto que había promulgado, al declararse un enemigo abierto de la guerra del 95 y en especial de José Martí. Hombre controvertido que hubo de militar en el Partido Autonomista luego de haber participado como un fiero mambí en la contienda del 68.

No tengo la más minima sospecha de que mi buen amigo Jota Erre se olvida, o ignora con mal sano propósito, que en Cuba por ese entonces sucedía conflicto bélico de envergadura, entre otros detalles asimismo, por la mala gestión y la imbecilidad de una metrópolis que nunca consideró darle la más minima libertad de gestión -ya fuese económica o política- a su colonia. Lo que habla de la proverbial estupidez, milenaria podría subrayarse, de los gobiernos españoles; incluso "el zapaterito".

Lo que me llama la atención de JR, es que no entienda que ante un hecho así, el resultado lógico es la guerra. La que dicho sea de paso, si se quiere ganar, hay que imponer una férrea disciplina, donde cada bando trata a los traidores como lo que son. Por cuanto, en la guerra, o se mata o se muere. Que son periodos salvajes y sólo se "conversa" cuando uno de los implicados reconoce su debilidad para continuar la beligerancia.

Sin embargo, lo anterior suena a metatranca patriotera, a reproches que no estoy
dispuesto a practicar; esa postura no me queda. Vayamos simplemente a un grupo de hechos que desmienten la apresurada afirmación de mi ecobio pro colonia. No se puede acusar de dictador a un sujeto que siempre se comportó como tal: un militar, un estratega brillante, a tal punto que se dice, en la academia de West Point se enseña su invasión como una de las hazañas guerreras más temerarias en el siglo XIX. Es sabido que los militares sólo siguen órdenes y no son muy dados a los vericuetos que están sujetos por regla al pluralismo. Democracia que en tiempo de guerra es un lujo al que muy pocas veces ha de concedérsele el uso correcto. Pero de sanguinario, de genocida, por sus cargas al machete, tampoco. Que al otro lado del campo no se encontraban "galleguitos" de buena postura en los vicios de la guerrra; inocentes que venían a parlamentar. La historia, hasta donde yo sé -y lo subrayo no sea que exista una obra por ahí que asegure lo contrario; por supuesto, que habría que discutir su credibilidad- no refleja para nada un comportamiento desmedido de parte del tigre dominicano si se compara con los desafueros ibéricos durante siglos. Y es que Gómez, en todo caso, en su momento mostró su apego a lo civil y a una república restaurada dentro de los valores de esa democracia cuando firmara en Montecristi el famoso manifiesto, que entre reivindicaciones y plataforma, le tendía también la mano a los españoles. Igual es bueno recordar que el Mayor General rechazó cualquier cargo que se le ofreciera y se negó a postularse como candidato presidencial en las elecciones de 1902 -una oferta irrechazable para todo aquel que pretende el poder y que termina más adelante como un autócrata- y que apoyó la candidatura de Bartolomé Masó, quien venía a ser la figura que para nada los americanos deseaban en la recién estrenada silla -el favorito de Washington era Tomás Estrada Palma.

En cuanto a la quema de caña e Ingenios, no todos sus propietarios se podían definir como víctimas inocentes. Muchos mantenían un romance con la corona para sacar ventajas. Los que sí sufrieron todo tipo de vejámenes, eran los campesinos que el sanguinario, el genocida, el hijo de puta de Valeriano Weyler, reconcentró en las peores condiciones jamás vista por la humanidad en aquel entonces. Pobres guajiros que en absoluto fueron dueños de grandes plantaciones, ni de propiedad alguna, como no fuese el bohío en que habitaban. Si a caso se podía contar en número reducido aquellos que poseían unas pocas caballerías de tierra. Claro que te tropezabas con una burguesía criolla, la que una buena parte se deshizo de sus propiedades a favor de la causa. Lo que los convierte en cómplices y no victimas.

¿Cómo se pretende qué es una guerra? ¿El enemigo gozando de los privilegios que puedan darle una solvencia, la que vendrá luego a ser usada en contra de los que ellos intentan aniquilar?

Sobre su postura frente al ejercito americano también hay por donde cortar. El Viejo no aceptó mansamente el que le prohibieran al ejercito libertador su entrada a Santiago de Cuba, dictada por el general estadounidense Shafter. El hombre protestó airadamente y dijo: La actitud del Gobierno Americano con el heroico Pueblo Cubano, en estos momentos históricos, no revela a mi juicio más que un gran negocio... Nada más racional y justo, que el dueño de una casa, sea el mismo que la va a vivir con su familia, el que la amueble y adorne a su satisfacción y gusto; y no que se vea obligado a seguir, contra su voluntad y gusto, las imposiciones del vecino. La situación pues, que se le ha creado a este pueblo; de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día mas aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía.

Y si no practicó acción alguna, este pequeño acto muestra un sentido común no muy dado en nuestra nacionalidad. Y lo hizo por su condición de extranjero, que muchos desagradecidos le restregaron después de finalizada la guerra. Y en tono a esto, es bueno señalar que si Cuba hoy gozara de un estatus menos “independiente” y continuase de una forma u otra bajo el amparo de una Enmienda Platt, digamos que modernizada, se da por descontado que nuestra historia sería diferente.

Por último, España, lo mismo la imperial que la pobretona de las de la colonias de ultramar, o la republicana que la actual, muy poco le importa la suerte de una Isla que únicamente les duele porque el orgullo de ese León Ibérico que quedó destrozado en Santiago de Cuba, y ante los ojos de un almirante prácticamente abandonado a su suerte. Si alguien puede acusarse de haber chupado, deprimido a un país -en la historia republicana, aclaro, que de la revolucionaria para qué hablar- es esa España que deforestó casi en su totalidad los bosques de maderas preciosas del poblado de Rodas, en Cienfuegos, para construirse una armada que en plena altamar un inglés medio loco, de apellido Nelson, se las hundió e igual les dio por el culo. Y en el caso particular del dominicano, el que es hoy lamentablemente la imagen de un billete inservible en la Isla, éste ser humano peculiar e irrepetible, mostró en su época unos testículos que muy bien nos vendrían hoy día.

En fin, mi buen amigo Jota Erre, que no coincido con tu apreciación. Con todo respeto pongo a criterio general la mía, y sin que por eso anide entre nosotros animadversión alguna. Un abrazo.