Hablar con Enrique Pineda Barnet por más de cuarenta minutos, a quien vi hará una semana y media en el aeropuerto de Miami, yendo para Nueva York junto a la actriz cubana Silvia Águila, reconozco que fue una conversación agradable a pesar de una que otra pregunta, cargada de cierta ironía, reclamos, que yo le hiciese con el animo de ver su comportamiento fuera de la jurisdicción del Gran Controlador, lo que bien supo manejar el viejo cineasta; comentándole además sobre el evidente desbalance, la poca credibilidad para los de aquí, en lo que respecta al “intercambio cultural” entre Cuba y USA, donde el exilio queda fuera del juego al no plegarse una buena parte de sus exponente a la política del régimen castrista, sin importar que muchos son lo mismo ciudadanos americanos, por lo que aplican. Su amabilidad, sus respuestas inteligentes, su respeto por alguien que piensa distinto; su reconocimiento a varios artistas exiliados en Miami, como es el caso de Willi Chirino, Albita Rodríguez, quienes asegura el realizador, son primero que todo cubanos con sobradísimo talento y que merecen se vean en la Isla; incluso, una que otra “confesión” familiar sobre su primo y altos "funcionaros culturosos" -estos últimos, algunos muy deseosos y prestos al cambio, algo que antes me aseguró Antón Arrufat, hace ya un mes, cuando igual conversé con él a la salida de Aduanas, acompañado de Abelardo Storino-, me parecieron honestas luego de que me comentara que su más reciente largometraje, únicamente persigue que nos amemos “por encima de todas las diferencias pues no hay mayor amparo que nosotros mismos”.
La última película cubana que vi, Yarini llegaba como pretexto para enseñarnos la cara de una Habana sucia, derruida lo mismo moral que físicamente; un rostro que, a toda costa la oficialidad de la Isla pretende esconderle al mundo; una denuncia, tal vez moderada por esa ambigüedad que a veces asiste al arte si se tiene en cuenta además que la realidad es mucho mas sobrecogedora, en la voz de putas y chulos, jineteros todos. Sin embargo, anoche mirando “La Anunciación“, el filme de Enrique Pineda Barnet -del que me regalara una copia antes de irse a tomar su avión-, me tropiezo de nuevo con esa Habana que, aunque esta vez aparece sin el regodeo morboso de “Dioses Rotos“; vista en su mayoría desde arriba, de lejos, desde las ventanas y azotea de un apartamento fósil de la arquitectura cubana pre revolucionaria, destruido, ubicado en la parte vieja del Vedado, me pregunto si es verdad que existe este emporio por lo irreal que se me antoja y, hasta si existió la otra, aquella de la que hablan nuestros mayores, cuando la capital cubana cuentan que era majestuosa, límpida, una dama; y es que, una sensación de ahogo, de apretura, me acompañó en todo momento mientras veía el largometraje…