miércoles, 21 de abril de 2010

La Anunciación... (II)


La historia, escrita por el propio Pineda Barnet, se desarrolla siempre dentro un reducido espacio decadente, que sirve de escenario para reunirse una familia quebrada --como tantas, lo que hace del guión una historia reiterada-- donde regresa una hermana “marielito” (Broselianda Hernández) desde Miami para encontrarse con una madre, maestra retirada, espiritista practicante que cobra a sus clientes en moneda convertible, afligida siempre, y que tiene la misión de leer el testamento moral de su difunto esposo --el que no consigue dejar a sus hijos ni deudas--, que además lo intenta falsear para salvar a su nieto; todo porque la tía se lleve al niño para El Norte pues no avizora ella un futuro cierto para el chico (magistral actuación de Verónica Lynn). Una mujer asustada, con elementos para ese miedo, que imagina ha de morirse pronto, preocupada por ese nieto, cuyo padre es un administrador honesto --sin entrecomillado-- de una granja avícola. Un sujeto abandonado por su mujer, repleto de frustraciones, resentimientos, que como único premio a su historia revolucionaria e internacionalista, ve trascurrir su existencia en medio de un inmovilismo y una miseria terrible, interpretación que desempeña con marcada profesionalidad el excelente actor Héctor Noas; y por último, el tercer hermano, hijo de la vejez; un personaje que sin dudas le queda grande al actor novel Ismael de Diego, que junto al niño Robertico Díaz (el nieto), son los que salen mal parados debido a sus pobres actuaciones.

Pero la trama, que supuestamente ha de relatar con crudeza un encuentro que no me resulta del todo creíble; la viudez, la muerte, el espiritismo, lo que quería el padre que se ha ido lo mismo repleto de desengaños, se mueve en todo momento evitando enfrentarse a la que, a mi juicio, es la protagonista de esta historia: la ciudad en ruinas.

La Habana, prácticamente muerta, a pesar de que la gente se mueve --claro, un movimiento ilógico, disperso, que se improvisa día a día con tal de sobrevivir, hasta que finalmente llegue la manera de escapar--, sólo sugiere. Se evita mencionar que es sobre “ella” donde gravita la pesadilla --o se hace muy veladamente--, y lo que podría ser en sus “textos” la denuncia, queda para mí en el intento al sobrevolarla la cámara --lo que no demerita tampoco y nos regala muy buenas fotografías--, y muy pocas veces la penetra, lo que no permite que la metrópolis hable como desea, sin medias tintas, sin miedo de expresar lo que aún puede costar caro si se dice tal y como es; por lo que dije antes, imagino que siento su ahogo, su inmenso deseo de gritarnos que sufre...
continua