¿Quién quiere ser parte de esto, quién va a apoyar al hombre en su loca cacería? Ya basta de pretextos y de lágrimas y de cantos a media noche a la hora de despertar. No hay derecho a romper el silencio que se inflama con el sabor amargo de unas manos. Esos pescadores ya vuelven de la mar y sus barcos vienen cargados de esperanza. Lejos han dejado los odios, las tristezas, y hasta los besos de sus mujeres. En el otro extremo del mundo una hormiga le ladra a la luna, los hombres heroicamente duermen sobre la hierba como esperando.
Si fuera fría esta noche diría que soy feliz, si el silencio me trajera los recuerdos de los árboles, del viento y la familia, en mis cuencas ahogadas brotaría una planta de fuego. Somos una generación sin nombre adelantada al tiempo del final. No hay espacio para todos en la casa de los sueños, alguien debe volver por un suspiro o por un pedazo de pan y en la última hora recoger de entre las hojas la nostalgia del primer beso.
Salir afuera es como regalar la vida. La soledad y el tumulto están de par en esta carrera. El camino se agrieta y del sol no queda ni la sombra como cuando jugábamos a verlo morir dentro del mar a la hora ninguna de sabernos solos. Todos estamos en peligro, en la cascada o en la roca que se rompe tras la mirada. Las aspas del molino suenan ya como relojes oxidados, desgastados por el tiempo, anunciando la terrible casería. Refúgiense donde puedan hasta que todo pase porque nada resistirá la embestida.
Pobres, pobres de esos que dijeron tenerlo todo, que morían de felicidad contemplando el sueño sereno de sus hijos. Los amantes serán los primeros ahogados por la rabia ancestral que viene cortando cabezas y las madres caerán de espanto. Ha comenzado esta guerra sin cuartel bajo la falda de la luna manchada de rojo y el rastro de corales se esparce entre las rocas. Ruido de metales, cristales rotos, y alguna risa inocente de un niño que muy pronto se irá a la cama sin su acostumbrado beso de cada noche.
Los hombres han asaltado el mundo eliminando así toda diferencia. El cielo pintado de negro refleja ya el alma de los insectos monstruosamente cuerdos. La perfección es sinónimo de igualdad, por eso ya nadie canta. Ya no hay llanto, solo hombres con sus cascos patrullando cada calle, en busca de una flor
Si fuera fría esta noche diría que soy feliz, si el silencio me trajera los recuerdos de los árboles, del viento y la familia, en mis cuencas ahogadas brotaría una planta de fuego. Somos una generación sin nombre adelantada al tiempo del final. No hay espacio para todos en la casa de los sueños, alguien debe volver por un suspiro o por un pedazo de pan y en la última hora recoger de entre las hojas la nostalgia del primer beso.
Salir afuera es como regalar la vida. La soledad y el tumulto están de par en esta carrera. El camino se agrieta y del sol no queda ni la sombra como cuando jugábamos a verlo morir dentro del mar a la hora ninguna de sabernos solos. Todos estamos en peligro, en la cascada o en la roca que se rompe tras la mirada. Las aspas del molino suenan ya como relojes oxidados, desgastados por el tiempo, anunciando la terrible casería. Refúgiense donde puedan hasta que todo pase porque nada resistirá la embestida.
Pobres, pobres de esos que dijeron tenerlo todo, que morían de felicidad contemplando el sueño sereno de sus hijos. Los amantes serán los primeros ahogados por la rabia ancestral que viene cortando cabezas y las madres caerán de espanto. Ha comenzado esta guerra sin cuartel bajo la falda de la luna manchada de rojo y el rastro de corales se esparce entre las rocas. Ruido de metales, cristales rotos, y alguna risa inocente de un niño que muy pronto se irá a la cama sin su acostumbrado beso de cada noche.
Los hombres han asaltado el mundo eliminando así toda diferencia. El cielo pintado de negro refleja ya el alma de los insectos monstruosamente cuerdos. La perfección es sinónimo de igualdad, por eso ya nadie canta. Ya no hay llanto, solo hombres con sus cascos patrullando cada calle, en busca de una flor