Hace varios días, yendo para mi trabajo, en la esquina de la 67 avenida y la 16 calle del SW veo que casi a la entrada de una pequeña tienda está parqueada una motocicleta con su cartelito de “FOR SALE”. Un hecho así, al menos en una ciudad como Miami, no tiene mayores connotaciones: aquí, gracias Dios, se vende todo y sin tantos enredos, lo mismo para el vendedor que para quien compra. Pero lo que resulta interesante es que, la moto de marras, es una MZ alemana: un modelo de aquellas que en Cuba se les nombra TS.
No es menos cierto que el ciclomotor socialista está bonito, cuidado. Ahora, me llama la atención que, en un emporio como éste, donde ruedan innumerables marcas de prestigio, alguien venga a quedarse con un “equipo de tales características” y pague, además, los seis mil dólares que pide su dueño. Sin embargo, paradójicamente, no es de extrañar que al instante de redactar el post ya esté cerrado el negocio.
Recién leí el cuaderno “Miradas desde un submarino blanco”. Un excelente libro de Eva María Vergara -del cual trabajo en una reseña hace unos días y que lamentablemente por falta de tiempo no he concluido aún- en el que viene publicada una historia que bien podría justificar el acto de que una transacción de este tipo se realice de manera rápida: añoranza -para algunos enfermiza- por lo dejado atrás.
“Mi Cuba Nostalgia”, título del cuento, nos ubica en un espacio -al igual que el practicado por nuestros antecesores durante mucho tiempo, una vez al año; muy diferente en cuanto a contexto- donde vemos la recreación de la Isla que habitamos cuando niños, jóvenes, y hasta adulto. Un sitio cargado de referencias a las escuelas en el campo, las becas con sus desayunos de leche ahumada y gaceñiga dura -cuando contábamos con el privilegio de un desayuno así-; huertos escolares, guatacas; camiones repletos de estudiantes avanzando para movilizaciones; carteles con rótulos de consignas alentándonos a luchar por un futuro mejor que siempre resulta inalcanzable por culpa de terceros, y por supuesto, la absoluta y continuada entrega al sacrificio; soldados, doctores, maestros, policías y cederistas; decadencia y miserias. En fin, hablamos de la representación de esa Cuba nuestra, la revolucionaria, la que una gran mayoría que habita hoy “afuera”, dejó atrás por insoportable.
Lo curioso es que, para muchos de los que nos fuimos de Cuba, al momento de vivir esa realidad prácticamente kafkiana teníamos claro que ese entorno era irrespirable, y luego de abandonado, desde lejos, después de algún tiempo distante de ese “environment”, los hay quienes, increíblemente lo extrañan y hasta lo sublimizan. De ahí que no sea raro que una “emezeta” encuentre compradores, incluso a ese precio. Es bueno recordar que, quien manejaba una motocicleta como la que menciono, en nuestro terruño se consideraba un triunfador; estatus que aquí, y debido a las reglas del juego, quizás aun le resulte imposible de conseguir.