miércoles, 18 de agosto de 2010

Pensar, padecer Cuba (II)


Entrevista de Armando de Armas a
Arturo G. Dorado
(segunda parte)

MN-¿Cómo ha cambiado, si es que ha cambiado, la manera de relacionarse del intelectual cubano con la realidad inmediata y con la realidad de allende los mares?

AG-Hacia un aislamiento creciente, en el caso de la realidad inmediata, y hacía un mayor acercamiento en la segunda. En primer lugar creo que en Cuba hay muy pocos intelectuales, no así artistas y escritores. Y por intelectual entiendo aquella persona que dedica una gran parte de su tiempo a pensar y decir sus pensamientos.
Semejante escasez es lógica desde que una vida intelectual sana necesita de la transparencia, de los espacios públicos, del debate, todo lo cual brilla por su ausencia en Cuba. Y luego porque el éxodo es una sangría constante de lo mejor de la sociedad, y especialmente en sus estamentos intelectuales. Van quedando los peores, los más mediocres, y los pocos válidos que permanecen en el país reaccionan cerrándose en sí mismos, si han logrado algún nicho donde publicar se refugian en él por mero instinto de conservación.
No puede hablarse de una participación del intelectual en la vida pública. Los espacios de pensamiento, más o menos tolerantes, siempre dentro de líneas de izquierda, no tienen un alcance social real. El intelectual no suele asistir a la radio o la televisión a expresar sus opiniones, y cuando lo hace, la elemental sensatez le compele a limitarse a temas más especializados.
En el segundo caso, la relación con el exterior, no sólo es un acercamiento sino el referente deseado y natural. Excepto para unos pocos retrógrados trasnochados, generalmente los más mediocres, los más comprometidos o simplemente tozudos a ultranza, el diálogo con los de fuera es normal, los objetivos reales de publicación, de becas o lo que sea están allende los mares. Es enorme el número de académicos cubanos que viven fuera. La vida intelectual cubana, y de nuevo aclaro, vida intelectual como discusión, como pluralidad de opiniones, como diálogo y no variaciones más o menos libres de un mismo tema, existe mucho más en esa otra nación que es el exilio que en la isla.
Ahora bien, más que de la manera de relacionarse del intelectual con su realidad me gustaría invertir su pregunta, la manera en que la sociedad ve al intelectual. Y aquí si se puede afirmar que la influencia del intelectual en la vida y conciencia de la gente no existe. En parte por la ausencia de los intelectuales en la vida pública, pero más por lo que le decía anteriormente, porque el discurso del pensamiento no está incorporado en la vida de los cubanos. De ahí que el divorcio entre los intelectuales y sus compatriotas sea un hecho. Las personas no entienden al intelectual y este no puede llegarle a los ciudadanos o lo hace en la inmensa mayoría de los casos como paladín de la retórica oficial, no importa cuán matizada; asimismo, la vulgarización creciente de la sociedad enajena al intelectual de su público natural, y al público de quienes debían guiarle y orientarle.
Pero además, y esto me parece decisivo, a pesar de que el intelectual rechace con más o menos conciencia su realidad, suele también estar inmerso en esos juegos del lenguaje de que le hablaba antes, podría llamarle olvido de la trascendencia, de ahí que su discurso sea a menudo técnico, sin profundidad, de gueto, un gueto que es su único espacio, y al cual se aferra y del cual vive. Y que ese divorcio entre el pensamiento y la sociedad, entre la necesidad de pensar el país y el mundo y la ausencia de respuestas a lo esencial, sea también otra trampa de la uniformidad, otro triunfo de la pequeñez.

MN-¿Cómo es su vida en Cuba?

AG-Incierta. Yo vivo, o sobrevivo para ser más exacto, de la ayuda de mis amigos y de algunos familiares. No pertenezco a nada. En ocasiones he ganado algunos premios en concursos literarios de segundo orden; a veces, muy pocas, he presentado un libro, u obtenido un premio de mayor relevancia. A veces paso el día sin comer nada, no tengo un centavo ni para cigarros; en algunos momentos la tensión, las noches sin dormir escribiendo, el exceso de café y tabaco me han obligado a tener que ir al hospital con una crisis de stress. A veces pierdo la fe, me pregunto por el sentido de lo que hago, me acosa la desesperación. A menudo me siento un extranjero en mi país, como si me hubiesen robado la nación. La mayoría de mis amigos han emigrado, continúo siendo un outsider, pero, pese a mi cobardía, a mis limitaciones, sigo apostando por el espíritu, creyendo que ansiar pensar con libertad, buscar lo trascendente de la vida, intentar ser libre, y de algún modo, ya sea por la obra o por la actitud, decir a los demás que traten de serlo, vale la pena.

MN-¿Qué lecturas o relecturas prefiere?

AG-Aquellas que responden a mis inquietudes fundamentales. Vuelvo siempre a algunas obras que han marcado mi vida. Proust y la monumental novela de Herman Broch "La muerte de Virgilio", esta última ha tenido una influencia decisiva en mi escritura y concepción de lo literario, a pesar de que hace relativamente poco tiempo que la leí por primera vez. Hamlet es un compañero, un amigo. Suelo leer más ensayo que ficción. Recientemente, gracias a un amigo escritor, he descubierto a Roberto Calazzo, que ha sido un enorme placer, un enorme estímulo. En estos momentos he retornado, con mayor madurez creo, a la filosofía Vedanta, especialmente la Vedanta Advaita. Lo que en el pensamiento occidental, tengo en mente a Derrida y a Blanchot, quienes también me han marcado mucho, se busca desde el sujeto, desde el tiempo, por tanto siempre desde la angustia, en la sabiduría tan actual y milenaria de un Sri Nisargadatta Maharaj, o de Jean Klein, y aparece como la Realidad sin velos.

MN- ¿Qué es para usted la felicidad?

AG-La plenitud del ser. Lo que llamamos momentos felices son esos momentos en que sentimos que nada falta, que nuestro ser está pleno en sí. En toda satisfacción de un deseo profundo, en el cumplimiento de un anhelo, en la revelación de la Belleza, en el amor, nuestro ser parece ampliarse en sí mismo; el cumplimiento de nuestro deseo nos parece devolver algo muy profundo y entrañable. Pero como somos en el tiempo esos momentos se agotan y aunque nos dejen un sabor muy agradable, son ya memoria.
El ideal es que pudiésemos hacer de ese estado un presente constante, y hay seres humanos que nos dicen que es posible. Mientras no seamos capaces de hacerlo, y tal vez no haya nada que hacer sino sólo ser, creo que intentar buscar aquello que nos llena es lo más próximo a la felicidad que está a nuestro alcance. Pero también creo que no hay autentica felicidad si no es compartida, por ello el placer de estar con los amigos, de compartir los sueños, de sentir que los que queremos se alegran con nuestra alegría, nos acompañan en la aventura de existir, es una gran bendición, un motivo tangible para hacer que la felicidad no sea la añoranza sino lo actual en nuestras vidas.

MN-¿Cómo domina, si es que la domina, la dicotomía materia-espíritu, especialmente en un contexto que favorece a la primera sobre el segundo?

AG-Tratando de inclinar la balanza hacia el espíritu. El propio acto de la escritura es una afirmación de lo espiritual si se asume con consecuencia y seriedad. No importa la angustia de la creación, el desgarro por momentos irresistible, eleva sobre la densidad pedestre de las circunstancias.
La literatura en sí misma, al menos la gran literatura, es siempre una afirmación de lo espiritual; la compañía de los grandes escritores, de los grandes pensadores es alimento del espíritu, fuerza en la debilidad, respuesta en la angustia, consejo en la incertidumbre. La música, para mí la música es consustancial a mi vida. En Cuba tenemos una emisora maravillosa CMBF, que trasmite música clásica las 24 horas, y que es un oasis. En los días tan aciagos de la muerte de mi madre, escuchar "La Muerte de Isolda" de Wagner, a pesar, o tal vez por ello, de su intenso pathos, me producía una gran paz. Mozart es siempre un sedante. El blues una caricia a la pasión, el jazz un compañero bienvenido cuando estoy escribiendo, Pink Floyd un punto de referencia ineludible. En fin, la música. También buscando apoyo en los amigos que quedan, en la intimidad de mi cuarto, con mis libros, con mi gata, con la maravilla de mi novia que ha sido una bendición del destino; y sobre todo, intentando encontrar la paz en mí, tarea difícil pero no imposible.

MN-¿Cómo se relacionan para usted literatura y libertad, literatura y erotismo, erotismo y libertad?

AG-Como modos de expresión de un impulso básico del ser humano, la búsqueda de sí mismo. La Literatura puede definirse como el lenguaje que persigue en primer lugar trasmitir la experiencia estética, o en el cual no se pretende la mera comunicación de ideas, sino un orden distinto del comunicar, lo estético. Y desde aquí es siempre una liberación, una apertura al ser. Apertura que no resuelve las contradicciones de la vida en una coherencia lógica, pero salva en su propio horizonte de sentido, por ello en la Literatura el Sentido se devela, lo esencial se hace presente. El pensar es una derivación de la experiencia estética que lo engloba, una experiencia muy próxima a la religiosa y a la erótica, es decir, que se abre sobre sí misma hacia una Otredad, hacia una trascendencia. La literatura a su modo es erotismo cuando absorbe al lector, cuando seduce para llevarlo a lo que en él está como dormido, usando una categoría aristotélica diríamos que en potencia, y que frente a la obra se actualiza, le abre a sí. Por ello la literatura es libertad, o mejor liberación, de igual modo que en el erotismo el sujeto se libera de sí hacia el otro.
La Literatura, y uso la palabra con mayúsculas, o sea me refiero a esa Literatura que persigue lo esencial, es afirmación de la libertad. En toda gran obra literaria el ser humano se alza desde sus circunstancias hacia algo que en el fondo es inefable; las lecturas posibles de la obra se multiplican pues, se abren a los horizontes de sentido que la obra porta como matriz, por ello cada generación puede encontrarse en los clásicos, Shakespeare es siempre contemporáneo, Don Quijote nos habla a nosotros ahora, Edipo nos pregunta por el destino con la misma fuerza que hace 2000 años, el Marcel de "A la búsqueda del tiempo perdido" nos revela las facetas de nuestro amor, de nuestra pregunta acerca de la vida, nos enseña que la vida es una gran novela que nos crea mientras creamos, y que en la obra se nos presenta desde esa apertura que llevándonos a nosotros mismos nos lanza más allá de la pequeñez de las circunstancias personales. En la vivencia de la gran Literatura hay un placer que tiene mucho de erótico, de amor, un placer que no es utilitario, pero por el cual uno siente que la vida es mejor, que simplemente es más humano.

MN-¿Cómo avanza su trabajo en esa novela abarcadora que ha titulado Taedium Vitae?

AG-Tediosamente, y no es una broma. No es un texto que me guste, me pesa escribirlo.
Es un texto donde la acción se sucede vertiginosamente, pero esta acción justo revela el tedio profundo, la vacuidad en el fondo aburrida de la decadencia. La mirada del narrador, acompañado por una voz que puede ser su propia conciencia o el demonio, está atrapada entre la memoria de un pasado, que se idealiza, pero que no puede dejar de ver como lo normal, y las circunstancias de un entorno que le envuelve con aires de pesadilla.
En alguna medida está en el espíritu de las obras de Samuel Beckett, desde la insistencia en situaciones grotescas pretende revelar actitudes humanas, un vacío, una angustia corrosiva; y también de Celine, pero a la vez es una dialogo con la memoria que insiste en abrirse desde el contexto hacia lo que permitió la creencia, lo que pese a todo se niega a abandonarse al nihilismo.
Por tanto, el desarraigo del narrador es al mismo tiempo un alegato de la postura otra. Los códigos que se han impuesto como un modo de lo cubano, el sexo, la vulgaridad, el desenfado chabacano, son un ataque constante contra el cual le parece que no hay salida, pero que de alguna forma, por su propia ubicuidad, reafirman esa postura otra que está como flotante en medio del desastre, en la memoria, en la historia, en la pregunta por el sentido.
Pretendo dialogar con tres momentos de la poesía cubana que han mostrado ese lado otro de lo cubano, opuesto a una visión lineal de la nación. Julián del Casal, Virgilio Piñera y más recientemente, sin estar totalmente decidido, pienso en Raúl Hernández Novas. Hablar de la experiencia de tantos que se sienten abrumados por unas circunstancias tan hostiles, reflejar el desencanto y la rabia y la impotencia. Es un texto duro, cruel si se quiere, sin concesiones, del cual espero que ayude a exorcizar tantos y tantos demonios que nos corroen el alma y la sonrisa.
Quisiera finalmente darle las gracias por la oportunidad que me ha brindado de expresar algunas ideas que me han acompañado estos años. Llevarlas más allá del soliloquio, del estrecho círculo de amigos con quienes las comparto, hacia un diálogo de mayor alcance. Ha sido un gran placer contestar a sus preguntas.