Confieso que su música, su lírica, me gusta. Que al tío, con su voz aguardentosa, lo vacilo. Que tengo un par de discos suyos y los disfruto cada vez que cuento con tiempo para escucharlos, lo mismo en el carro, o en la casa, donde mi mujer me dice, baja el volumen. Que como él, no soporto el rap. Que toda esa complicidad me provoca guardar distancia en lo que se refiere a su político comportamiento, y me voy por encima de lo que debería considerar una postura abyecta: su apego a ciertas revoluciones que prefiero no nombrar.
Y me dicen que no, que el hombre se ha retractado. Que ya no es el Joaquín aquel. Que se ha puesto a decir cosas que a La Habana no le gusta. Yo me pregunto, ¿no es ejercicio que hubo de practicar hace rato?.
Un tipo como él, que fue un exiliado por ir en contra de una dictadura. Un hombre que por negarse a soportar a Franco, tuvo que hacer las del paria, primero en Paris y luego en Londres, y cantar por los portales y en el metro. Entonces, no entiendo a un tipo así, que viviendo en carne propia el despotismo, le dio una vez por defender a déspotas. Sin embargo, escucho sus canciones y me lo invento diferente. Lo parto en dos, y me digo que existen dos Joaquines, que uno como artista lo acepto, y el otro, como el ser que ha de comprometerse con lo que considera justo, ni lo pienso. Pero bueno, es un tío al que lo salva su talento -si es que estar de parte de lo feo tiene salvación-; a diferencia de segundos que únicamente han sido juglares para contentar al Rey; papagayos de servicio.
Por cierto, el 27 de mayo de este año, el hombre tiene un concierto en Miami, en el
American Airline Arena, que forma parte de una gira que hará por Nueva York y Los Ángeles. Lo que me dice que, al parecer el Joaco ha dejado atrás los viejos temores en cuanto a su relación con el imperio, y en nuestro modesto caso, no tendrá escrúpulos para cantar en las entrañas de la terrible mafia.
Bien por ti, Sabina. Sea bienvenido tu verso y tu música…