viernes, 25 de junio de 2010

El Mono de Roselia

Cuando descubrí a Roselia en la aduana del Aeropuerto no lo creía. Sin embargo, tratándose de cubanos, enseguida desapareció mi sorpresa. Me le pare delante y le pregunté con cariñoso sarcasmo.

-¿Dónde dejaste el mono, Rosa?

Roselia, mirándome repleta de dudas, tardó varios segundos en reconocerme. Luego, finalmente me abrazó y entre un discreto llanto y mucha risa, me responde emocionada.

-¡Ay hijo! ¡Al fin…!

La última vez que supe de Roselia fue en Cuba. Semana y media antes de venir a Miami un grupo de amigos llegamos a su casa para comprar cigarros, yo tabacos, todos algunas botellas de ron y queso criollo, para después hacer una suerte de fiesta de despedida, en lo que jugábamos dominó dentro de un garaje de hierro frente al edificio donde vivíamos. Por supuesto que, en el apartamento de “La Gorda Rosa”, como se conocía a mi buena vecina en el barrio, te encontrabas de todo. Lo mismo cartones de huevos, carne de cerdo -unas pocas veces de res o venado para clientes de confianza-; pescado fresco, igual en filete, entero o en picadillo; camarones, langosta; ropa “de marca“; ron bueno, ron peleón, y algún que otro efecto electrodoméstico. El surtido de su “venduta”, como ella gustaba en llamarla, era abarcador. Lo que por consecuencia, en su mayoría, la mercancía era de procedencia ilegal. Por lo que la gorda vivía en un eterno sobresalto.

Esa noche precisamente, cuando ya teníamos una buena "nota", se apareció un socio a contarnos la noticia de que a Roselia se la acababan de llevar para “Todo el mundo canta”.

-La gorda explotó- aseguro el sujeto con un tono casi fúnebre. -Esto está en candela. Es mejor que se evaporen. Sobre todo tú, Denis, que te joden la pira en una cuarta de tierra.

Obedientes, recogimos mesa, sillas y dominó, y cada uno se dirigió a su casa. Claro que al otro día traté de indagar por la suerte de Roselia. El hecho de que estuviese detenida en el DTI de la Perla -tan tristemente célebre como su homólogo habanero de Villa Marista-, y del que se contaban historias terribles, era como para mostrarse preocupado. Pero lo que pude saber sobre ella aún no resultaba confiable, y en realidad quedé idéntico a la noche anterior: nada.

Tres días más tarde me comentó un vecino en la bodega que a Roselia la estuvieron interrogando durante mucho tiempo. Aseguraba el sujeto que la gorda estuvo plantada por más de doce horas, sin denunciar a nadie, hasta que uno de los policías que practicaban el interrogatorio, al ver la tozudez de “la delincuente” que no soltaba prenda, le ordenó a su compañero.

-Ponle “El Mono” y tráncala…

Me dijo el vecino, en medio de una fuerte carcajada, que ahí fue donde Rosa se quebró como palito frágil y comenzó a gritar…

-¡Con el Mono no! ¡Por lo que más quiera, oficial. No me pongan con el Mono! Yo voy a hablar...

La pobre Roselia, pensó que la iban a encerrar con un simio horroroso, del que se comentaba en la ciudad, lo tenían dentro del edificio para uso de los interrogatorios. No se percató que el policía solamente se estaba refiriendo al “overall”, “el mono”, la ropa que usan los presos…, y pa’ la reja.