Javier Iglesias y yo en Café Demetrio
foto: Ulises Regueiro
Luego de que un amigo común me lo presentara a él y a su esposa, una de esas noches de sazonada juerga literaria en Delio Photo Studio, nuestra primera complicidad nos llegó por un mayúsculo entusiasmo que padecemos: Javier y yo gustamos de Brasil – y mucho-, lo conocemos un tanto, y de alguna manera por Brasil nuestras vidas –cada uno por separado, valga la aclaración entre criollos- disfrutan del pleno y complicado ejercicio del amor.
Tiempo después, Javier tuvo la amabilidad de concederme una entrevista (que agradezco). El cuestionario intentaba recoger lo vivido -o al menos una parte- por un creador polifacético que apenas se acomodaba, no sin riesgos, en medio de una ciudad como Miami. Una diversidad de oficios que su cuadratura está ubicada en el universo de la creación; una hoja de ruta que incluye ciudades tan dispares como La Habana, Brasilia y Hialeah, lo antecedían. Sin dudas el garoto resultaba un sujeto interesante para un sondeo…
Sin embargo, no he mencionado todavía la segunda confabulación que establecimos, tan sólida y fundamentada como la primera, por la que hoy estoy junto a él, y que me hizo leer con cierta puntualidad su blog: Javier se regocija, se mueve a su antojo, en medio de un género literario que disfruto enormemente: la crónica.
En un texto de María Cristina Fernández encontré este aserto del que escogí un pequeño fragmento. Asegura Cristina, “…la crónica no muere a manos de la noticia. Aún, cuando una parte de ella queda sometida a su pesantez, otra felizmente se abre a la contaminación con distintos géneros literarios dando resultados sorprendentes.” Y es cierto. Si bien en las crónicas de Javier existe esa figura que se somete por derecho a la realidad, y que encarna una especie de claros y oscuros bien delineados –hablo de un tiempo y un contexto que se muestran como protagonistas-, de manera idéntica uno siente que el escenario insinuado, sus personajes y el acto que presupone la evidencia, cargan con el hechizo de la ficción. Pero esto, ya él mismo lo reconoce en la entrevista a la que hago referencia, que fuese publicada en Neo Club Press: la crónica y la narrativa en su caso se confunden. Javier no consigue escribir desde y sobre la “realidad” sin recrearse en la imaginación.
Me atrevo a definir por cuanto que, lo que en una época pudo considerarse un férreo tabú, aún cuando Javier se propone el rescate de la memoria fundada en un patrimonio espiritual que nos pertenece como diáspora, termina él practicando un “divertimento” que minimiza a esa solemnidad que alude a la frontera impenetrable, y queda la historia tratada a su “arbitrio” para regocijo de quien lo lee. Es aquí cuando la entelequia, en su mejor presentación, enriquece lo intangible. Es aquí donde ese sino de escisión en la literatura prueba que, si se forja bien, se traduce en una reconocida labor, lo que está explicito en los pasajes de Javier.
Hoy día la globalización no se reduce a los estándares más hacederos del mundo. El arte en general de igual gesto se transforma y aplica su razonamiento muy distante del eclecticismo ortodoxo. Las letras no escapan de esa mixtura novedosa. La crónica, como género que una vez estuvo enmarcado únicamente en el espectro del periodismo, deja entonces de someterse a su regla primera y su coloración se reorganiza con tintes impensables.
Ya sea Tejedor, aquel bolerista pródigo que promovía una sabia aconsejable: - No hagas caso de le gente.... Ya fuese la historia de un cine de barrio -lo que abona el ímpetu devenido en oficio-, lo cotidiano en Javier transpira su resolución a soñar. Hablo de un trance para el que está dispuesto a alquilarse; por el que precisa continuar siendo “una nube con pantalones…”, y acontece en su letra leyendas donde lo estrictamente actual pasa a un plano secundario.
Hoy, este emporio al borde de sus raíces, en el que se ha “aplatanado” y que puede bien sugerirle de una buena vez el hogar -a no ser que decida por una ruta ajena en busca de una latitud mejor, que debe haberlas- apunta como el tablado del que vendrán más crónicas, más historias; el vicio por escribir es una enfermedad incurable, y el entorno, el mejor de los cultivos para padecerla. Sólo me queda recomendar que de una vez se lleve a la imprenta, bajo un sello editorial que se regocije de editarlo, este compendio del cual hoy Javier nos trae una refacción. Que termine siendo un libro como merecemos sus lectores, del que me atrevo a apostar ya por su trascendencia…
Denis Fortun. Miami, 4 de enero del 2013. Café Demetrio.