Armando de Armas entrevista para Martí Noticias (MN) a María Cristina Fernández Cosme,
La joven escritora nace en la ciudad de Santiago de Cuba, en 1970. Ha publicado los libros Procesión lejos de Bretaña, El cielo de los deseos y Cachete y la tropa del don. Reside actualmente en Miami.
Su último libro, El Maestro en el Cuerpo, está constituido por seis relatos que de la mano de una prosa precisa, y también poética, se adentran en las aventuras de un viaje de búsqueda y aprendizaje, a veces accidentado, hacia los abismos interiores del hombre, pero donde no faltan los inusitados paisajes exteriores del pez y el agua.
La joven escritora nace en la ciudad de Santiago de Cuba, en 1970. Ha publicado los libros Procesión lejos de Bretaña, El cielo de los deseos y Cachete y la tropa del don. Reside actualmente en Miami.
Su último libro, El Maestro en el Cuerpo, está constituido por seis relatos que de la mano de una prosa precisa, y también poética, se adentran en las aventuras de un viaje de búsqueda y aprendizaje, a veces accidentado, hacia los abismos interiores del hombre, pero donde no faltan los inusitados paisajes exteriores del pez y el agua.
MN. ¿Quién o qué es el Maestro en el Cuerpo?
MC. El Maestro en el Cuerpo es un conjunto de relatos escritos en La Habana unos años atrás, y aunque alguien me advirtió una vez que parecía un título medio porno, nada más lejos. El texto que da título al libro cuenta de una sesshin, o retiro, con el monje Stephan Tibaut. De cara a la pared, en pleno zazen, le escuché decir que dentro de nosotros hay un maestro esperando ser escuchado. Imagínate, tanto esfuerzo para encontrar un guía, una persona capaz de transmitirte un saber con que enfrentar una vida que suele fraccionarse tanto, y de pronto ese señor francés, discípulo de Taisen Deshimaru, venido de lejos para decirte que las respuestas que buscas ya te pertenecen. Se dice fácil; la cuestión es experimentarlo con la realidad de tu cuerpo, sobrepasando esa tendencia a succionarlo todo desde el afuera. Se requiere de una gran apertura interior, de un gran esfuerzo hacia ti mismo.
MN. Qué es la unidad del cerebro?
MC. Ya sabemos que la constante exposición a que nos sometemos desde el nacimiento a realidades antinaturales; esa conducta civilizada que ha ido estratificando lo que llamamos vida, agota nuestra energía original, la descontrola. De todas partes tiran de ti necesidades inventadas, posturas y consensos que nos fragmentan o anulan. Buscando sanar el desorden mental que esto trae en consecuencia, nos atiborramos de lecturas, más conceptos, disímiles prácticas que asumimos con fervor y luego dejamos de lado por inútiles. Algunos, debo reconocer, perseveran en ellas toda una vida, se obsesionan. Lo contrario de este desasosiego es la unidad del cerebro, o paz del corazón, como quieras llamarlo. Supongo que hay más de una manera de conseguirla, a mí la práctica del zazen me ha funcionado. Sin dudas que hay una relación entre respiración y concentración, pero ya eso no se explica con cháchara.
MN. ¿Cómo aprender a convivir con el pasado y lo porvenir, en serena aceptación de lo presente?
MC. El pasado, el porvenir son ensoñaciones fabulosas. Te lo dice alguien a quien le encanta escarbar en la memoria histórica o personal. Como escritora me regodeo con lo ya vivido, lo reconstruyo desde una u otra sugestión; imagino futuros donde cumplir nuestras apetencias. Me parece incompleta una vida sin miradas retroactivas o promisorias, pero el budismo es muy claro cuando habla del Aquí y el Ahora como garantía de serenidad (y digo garantía como pudiendo decir otra palabra, sin garantía de nada).
MN. ¿Las anteriores son preguntas que encuentran sus respuestas en el budismo?
MC. Desde antes de conocer a un maestro zen simpatizaba con el budismo. Tal vez porque no se apega a las nociones de culpa o arrepentimiento, tan creadoras de estigmas y confusiones, ni suscribe que sus escrituras son de obligada masticación, ni siquiera mesurables con exactitud en el tiempo. En particular el budismo del Gran Vehículo eleva la compasión a un plano donde el mismo intelecto queda en desventaja. La sabiduría del corazón, la actitud, es más importante. Pero reenlazando esto con la primera interrogante, es en la persona que está experimentando estas inquietudes con su totalidad, con su práctica, donde se encuentran las respuestas. No solo en la mente pensante con que solemos identificarnos, ni en textos revelados, ya ni siquiera en un gurú o guía o como quieras llamarlo.
MN. ¿Qué es, cómo se alcanza la iluminación?
MC. La iluminación es un asunto que no me desvela, y recomendaría, en nombre de la unidad del cerebro, que no desvelara a nadie. El Aquí y el Ahora, decía Stephan, es nuestra iluminación. Y mi maestro interior parece estar de acuerdo. En todo caso recuperar nuestra naturaleza puede ser lo primordial. Entonces la iluminación puede ser como volver a la condición natural; podríamos llegar a estar iluminados sin siquiera notarlo.
MN. ¿Qué reina en el universo, el orden o el caos?
MC. Comparto la idea de que el caos le debe su existencia al orden y viceversa. Pero me interesa más preguntarme qué reina en "tu" universo, por qué quieres regirte. Si quieres llegar a tener el control de tu mente, de tus actos, vas a tener que organizarte, darle paso a un orden. Usar herramientas justas. Pero sin olvidar que lo caótico va a aparecer en cualquier punto, una y otra vez. Muchas veces no depende de ti. En medio del caos no te deshagas de esas herramientas. Es cuando más falta te hacen.
MN. ¿Quién es el maestro silencioso?
MC. Esa pregunta remite a la primera. En un magisterio silencioso nadie sino uno mismo escucha; es personal, es parte de tu aliento, de tus huesos, de tus glándulas, de tu postura. La postura es muy importante. Y el silencio, por supuesto. En muchos templos, lugares sacros, hay ese silencio, pero no siempre se consigue una experiencia de totalidad. Te distraes con los ornamentos, los símbolos, el ritual. El zazen es una forma muy austera de meditación; estás tú y tu zafu, la pared vacía…, tus pensamientos, el respirar, algo pasa. Nada queda igual.
MN. ¿Cómo explica usted el dolor, la existencia del dolor?
MC. Se le atribuye al Buda el haber enunciado que la vida es sufrimiento, dolor. Hace poco leí que la traducción más exacta de lo que dijo sería algo así como "experiencia no satisfactoria", que ya ves que no es lo mismo. Nuestra cultura tiende a ensalzar las dicotomías: placer-dolor, por ejemplo. La pasión y muerte de Cristo, su resurrección, que no deja de ser un absurdo con respecto a como suceden las cosas en la vida real, el Via Crucis, el reino de los cielos donde el sufrimiento cesará; en fin, nos permearon de imágenes y juicios aberrados, antinaturales. Es difícil con tantos siglos pesando, tanta estigmatización. Tampoco es todo cuestión cultural: lo doloroso existe y nos atañe. Nos toca en lo posible aliviarlo, a ese dolor real, no al arquetípico. Debemos saber distinguir uno del otro, y en lo posible, no convertir cualquier suceso desagradable en desdicha.
MN. ¿Y el placer, como se relacionan a su entender el placer y el dolor?
MC. Perseguimos el placer, lo inducimos de una manera torpe, artificial. Hasta en píldoras. Afortunadamente el placer existe, y no siempre en las antípodas del dolor. Es otra realidad, menos acuciosa. No hay que correr tras él, no hay que enfrentarle un opuesto. No hay que sobredimensionarlo. Hay un sinfín de estados intermedios entre uno y otro. Sería bueno intentar reconocerlos, aprender matices. No reunirlos demasiado. Estos aprendizajes corren por nuestra cuenta. El sistema escolar, el de salud, los poderes públicos, obviaron su importancia.
MN. ¿Puede el dolor también ser o transmutarse en placer?
MC. En principio no hay que desear convertir nada en nada. Tendemos a juzgar los efectos; esto me place, esto me fastidia. Pero saber aceptar es todo un aprendizaje. "Cuando llaman a muerto no sabes llorar / cuando llaman a fiesta no sabes cantar", dice Omar Pérez en un poema suyo. O sea, cuando tengas que reír, hazlo. Cuando tengas que llorar, hazlo. El dolor se transmutará en placer en algún punto, pero sin ponerle demasiada atención a ello. La vida es continua. No se estanca.
MN. ¿Y la libertad, cómo se relaciona la libertad con el placer y el dolor?
MC. La libertad y el placer…, nunca se me ocurre relacionarlos. En este momento me pregunto por qué. Tal vez porque la libertad es un concepto que asocio con la depauperada trama política contemporánea. En cambio, el placer tiene más que ver con mi gata que se tiende bocarriba, no para dejarse definir, sino para que le de su ración de caricias.
MN. ¿Regresaría a vivir en una Cuba libre?
MC. Muchos cubanos nos fuimos de Cuba y gozamos de la libertad de no obedecer a un régimen despótico, pero seguimos atados a otras cadenas. La libertad no siempre está donde creemos, y ahí volvemos a la cuestión del adentro-afuera. Pero sería hermoso regresar a una Cuba donde pueda subir a sus montañas sin que hombres uniformados me digan que debo bajar porque estoy en territorio vedado para civiles. Una Cuba donde el poder no se ejerza mediante el abuso y la obcecación. Donde quepan los paleros, los cristianos, los budistas, los ateos, los animistas, como mi abuelo que tuvo por dios a una piedra de rayo. Sueño al menos con visitar esa Cuba, caminar por sus potreros, recorrer sus callejuelas, saludar a los paisanos que van tranquilamente a sus faenas, encontrarme con el monje Stephan en una sesshin, leerle La Edad de Oro a los niños del Escambray sin que sienta a mis espaldas la sombra del guardia que me viene a expulsar. Y quien sabe si entonces pueda reunir las palabras placer y libertad; palabras que por alguna razón no acabo de asociar.
MC. El Maestro en el Cuerpo es un conjunto de relatos escritos en La Habana unos años atrás, y aunque alguien me advirtió una vez que parecía un título medio porno, nada más lejos. El texto que da título al libro cuenta de una sesshin, o retiro, con el monje Stephan Tibaut. De cara a la pared, en pleno zazen, le escuché decir que dentro de nosotros hay un maestro esperando ser escuchado. Imagínate, tanto esfuerzo para encontrar un guía, una persona capaz de transmitirte un saber con que enfrentar una vida que suele fraccionarse tanto, y de pronto ese señor francés, discípulo de Taisen Deshimaru, venido de lejos para decirte que las respuestas que buscas ya te pertenecen. Se dice fácil; la cuestión es experimentarlo con la realidad de tu cuerpo, sobrepasando esa tendencia a succionarlo todo desde el afuera. Se requiere de una gran apertura interior, de un gran esfuerzo hacia ti mismo.
MN. Qué es la unidad del cerebro?
MC. Ya sabemos que la constante exposición a que nos sometemos desde el nacimiento a realidades antinaturales; esa conducta civilizada que ha ido estratificando lo que llamamos vida, agota nuestra energía original, la descontrola. De todas partes tiran de ti necesidades inventadas, posturas y consensos que nos fragmentan o anulan. Buscando sanar el desorden mental que esto trae en consecuencia, nos atiborramos de lecturas, más conceptos, disímiles prácticas que asumimos con fervor y luego dejamos de lado por inútiles. Algunos, debo reconocer, perseveran en ellas toda una vida, se obsesionan. Lo contrario de este desasosiego es la unidad del cerebro, o paz del corazón, como quieras llamarlo. Supongo que hay más de una manera de conseguirla, a mí la práctica del zazen me ha funcionado. Sin dudas que hay una relación entre respiración y concentración, pero ya eso no se explica con cháchara.
MN. ¿Cómo aprender a convivir con el pasado y lo porvenir, en serena aceptación de lo presente?
MC. El pasado, el porvenir son ensoñaciones fabulosas. Te lo dice alguien a quien le encanta escarbar en la memoria histórica o personal. Como escritora me regodeo con lo ya vivido, lo reconstruyo desde una u otra sugestión; imagino futuros donde cumplir nuestras apetencias. Me parece incompleta una vida sin miradas retroactivas o promisorias, pero el budismo es muy claro cuando habla del Aquí y el Ahora como garantía de serenidad (y digo garantía como pudiendo decir otra palabra, sin garantía de nada).
MN. ¿Las anteriores son preguntas que encuentran sus respuestas en el budismo?
MC. Desde antes de conocer a un maestro zen simpatizaba con el budismo. Tal vez porque no se apega a las nociones de culpa o arrepentimiento, tan creadoras de estigmas y confusiones, ni suscribe que sus escrituras son de obligada masticación, ni siquiera mesurables con exactitud en el tiempo. En particular el budismo del Gran Vehículo eleva la compasión a un plano donde el mismo intelecto queda en desventaja. La sabiduría del corazón, la actitud, es más importante. Pero reenlazando esto con la primera interrogante, es en la persona que está experimentando estas inquietudes con su totalidad, con su práctica, donde se encuentran las respuestas. No solo en la mente pensante con que solemos identificarnos, ni en textos revelados, ya ni siquiera en un gurú o guía o como quieras llamarlo.
MN. ¿Qué es, cómo se alcanza la iluminación?
MC. La iluminación es un asunto que no me desvela, y recomendaría, en nombre de la unidad del cerebro, que no desvelara a nadie. El Aquí y el Ahora, decía Stephan, es nuestra iluminación. Y mi maestro interior parece estar de acuerdo. En todo caso recuperar nuestra naturaleza puede ser lo primordial. Entonces la iluminación puede ser como volver a la condición natural; podríamos llegar a estar iluminados sin siquiera notarlo.
MN. ¿Qué reina en el universo, el orden o el caos?
MC. Comparto la idea de que el caos le debe su existencia al orden y viceversa. Pero me interesa más preguntarme qué reina en "tu" universo, por qué quieres regirte. Si quieres llegar a tener el control de tu mente, de tus actos, vas a tener que organizarte, darle paso a un orden. Usar herramientas justas. Pero sin olvidar que lo caótico va a aparecer en cualquier punto, una y otra vez. Muchas veces no depende de ti. En medio del caos no te deshagas de esas herramientas. Es cuando más falta te hacen.
MN. ¿Quién es el maestro silencioso?
MC. Esa pregunta remite a la primera. En un magisterio silencioso nadie sino uno mismo escucha; es personal, es parte de tu aliento, de tus huesos, de tus glándulas, de tu postura. La postura es muy importante. Y el silencio, por supuesto. En muchos templos, lugares sacros, hay ese silencio, pero no siempre se consigue una experiencia de totalidad. Te distraes con los ornamentos, los símbolos, el ritual. El zazen es una forma muy austera de meditación; estás tú y tu zafu, la pared vacía…, tus pensamientos, el respirar, algo pasa. Nada queda igual.
MN. ¿Cómo explica usted el dolor, la existencia del dolor?
MC. Se le atribuye al Buda el haber enunciado que la vida es sufrimiento, dolor. Hace poco leí que la traducción más exacta de lo que dijo sería algo así como "experiencia no satisfactoria", que ya ves que no es lo mismo. Nuestra cultura tiende a ensalzar las dicotomías: placer-dolor, por ejemplo. La pasión y muerte de Cristo, su resurrección, que no deja de ser un absurdo con respecto a como suceden las cosas en la vida real, el Via Crucis, el reino de los cielos donde el sufrimiento cesará; en fin, nos permearon de imágenes y juicios aberrados, antinaturales. Es difícil con tantos siglos pesando, tanta estigmatización. Tampoco es todo cuestión cultural: lo doloroso existe y nos atañe. Nos toca en lo posible aliviarlo, a ese dolor real, no al arquetípico. Debemos saber distinguir uno del otro, y en lo posible, no convertir cualquier suceso desagradable en desdicha.
MN. ¿Y el placer, como se relacionan a su entender el placer y el dolor?
MC. Perseguimos el placer, lo inducimos de una manera torpe, artificial. Hasta en píldoras. Afortunadamente el placer existe, y no siempre en las antípodas del dolor. Es otra realidad, menos acuciosa. No hay que correr tras él, no hay que enfrentarle un opuesto. No hay que sobredimensionarlo. Hay un sinfín de estados intermedios entre uno y otro. Sería bueno intentar reconocerlos, aprender matices. No reunirlos demasiado. Estos aprendizajes corren por nuestra cuenta. El sistema escolar, el de salud, los poderes públicos, obviaron su importancia.
MN. ¿Puede el dolor también ser o transmutarse en placer?
MC. En principio no hay que desear convertir nada en nada. Tendemos a juzgar los efectos; esto me place, esto me fastidia. Pero saber aceptar es todo un aprendizaje. "Cuando llaman a muerto no sabes llorar / cuando llaman a fiesta no sabes cantar", dice Omar Pérez en un poema suyo. O sea, cuando tengas que reír, hazlo. Cuando tengas que llorar, hazlo. El dolor se transmutará en placer en algún punto, pero sin ponerle demasiada atención a ello. La vida es continua. No se estanca.
MN. ¿Y la libertad, cómo se relaciona la libertad con el placer y el dolor?
MC. La libertad y el placer…, nunca se me ocurre relacionarlos. En este momento me pregunto por qué. Tal vez porque la libertad es un concepto que asocio con la depauperada trama política contemporánea. En cambio, el placer tiene más que ver con mi gata que se tiende bocarriba, no para dejarse definir, sino para que le de su ración de caricias.
MN. ¿Regresaría a vivir en una Cuba libre?
MC. Muchos cubanos nos fuimos de Cuba y gozamos de la libertad de no obedecer a un régimen despótico, pero seguimos atados a otras cadenas. La libertad no siempre está donde creemos, y ahí volvemos a la cuestión del adentro-afuera. Pero sería hermoso regresar a una Cuba donde pueda subir a sus montañas sin que hombres uniformados me digan que debo bajar porque estoy en territorio vedado para civiles. Una Cuba donde el poder no se ejerza mediante el abuso y la obcecación. Donde quepan los paleros, los cristianos, los budistas, los ateos, los animistas, como mi abuelo que tuvo por dios a una piedra de rayo. Sueño al menos con visitar esa Cuba, caminar por sus potreros, recorrer sus callejuelas, saludar a los paisanos que van tranquilamente a sus faenas, encontrarme con el monje Stephan en una sesshin, leerle La Edad de Oro a los niños del Escambray sin que sienta a mis espaldas la sombra del guardia que me viene a expulsar. Y quien sabe si entonces pueda reunir las palabras placer y libertad; palabras que por alguna razón no acabo de asociar.
Texto y foto tomado de Facebook