domingo, 25 de julio de 2010

Los versos que me cuadran... (V) Sonia Díaz; Néstor Díaz de Villegas; Manuel Sosa.


La niña (Celajes I)
por Sonia Díaz
Décimas que tomo de Fernandina de Jagua


Los pasos por la escalera
de la tarde van despacio
las nubes son un palacio
con veinte torres de cera.
Sol derramado, ceguera
de luz sobre la pupila
blancos guerreros en fila
pasan besando la mano
a la niña del verano
que entre los celajes hila.

La niña casi atraviesa
la silueta de un guerrero,
y él no se deshace, pero
sobre su armadura ilesa
una derrota le pesa.
La niña sabe un conjuro
va hilando con el apuro
de quien comenzara un rezo.
El guerrero queda preso.
El cielo se torna oscuro.

De tanto azul da dolor.
Perdida la brillantez
la tarde vuelve otra vez
a bajar cansada por
sus peldaños. Estupor
deja la visón tenida.
La noche viene sin brida.
La niña le sigue hilando
a la tarde un cielo blando,
ya sin guerreros, dormida.



SONETO 3
por Néstor Díaz de Villegas
poema que tomo del blog La Isla Otra

Cocacola atanor, si Bic el fuego.
Salamandras debajo de expresweyes.
La ceniza es el baño de los reyes.
Calcinación Marlboro en este juego.

La Piedra, tumba angular de la agonía,
inunda los pulmones sopladores
que siempre piden más, y la porfía
los hace vagabundos vencedores.

Metálica ilusión, filosofía
de exilios doblemente callejeros:
“La Culpa no es de Dios, ¡la culpa es Mía!”,

claman, mientras registran los calderos,
en busca de la Sal del otro día
para saciar la sed del día postrero



TRONO
Por Manuel Sosa
Décimas que tomo de la Finca...
que en su momento El Guajiro aseguró, como si se tratase de una calistenia poética de la que no quiere acordarse luego de hecha, -la que sin dudas me cuadra-: Estos son poemas que nunca aparecerán en libro alguno, por haber sido escritos como simples ejercicios retóricos para un taller de escritura. Además, descreo de la rima, que tanto se presta para hacernos decir lo que no queremos. Los encontré hurgando en mis archivos y aquí los cuelgo ...

Del trono al círculo van
dos filigranas en duelo
que revisten techo y cielo
como las orlas del pan.
Cubren, hechizan, están
sombreadas de pugna y laca;
dunas al sur, la resaca
de un poder gentil, furtivo
que late mientras altivo
en su puerto oscuro atraca.

Linternas, dos ecuaciones
tatuadas en el reverso
de un puñal gélido y terso
que devora sus porciones.
Sangre, piedad, transcripciones
borradas ya con la aurora.
Bajo el trono carne aflora:
carne y piel, hierro y cerviz,
corona y cuerpo, raíz
que su propia ausencia ignora.