Me levanto tarde, lujo que últimamente no me doy muy a menudo, y descubro sobre la mesa una lista de pedidos que mi mujer me solicita muy amorosamente que siga al pie de la letra en mi día de descanso, en lo que ella trabaja. Me aseo, me visto un tanto invernal, disfrutando este “frío light” que me regala Miami, y me propongo cumplir muy gustosamente la encomienda que, entre otras cosas, me recuerda que debo conseguir pan cubano. Finalmente, luego de hacer todas las compras, voy a la “dulcería de la esquina”, pido un café por la ventanita en lo que preparo mi tabaco, y por supuesto, el susodicho pan que ha de tener la corteza dura. Cuando voy a pagar, la muchacha que me atiende, un tanto apenada, me asegura que faltan 25 centavos. Yo le pongo sobre la ventana la moneda y miro a través del cristal el precio del antiguo y venerado alimento. Corroboro que en a penas cuarenta y ocho horas, de 0.95 ctvos. ha subido a 1.25$. Sin decir una palabra reembolso lo adeudado y un sujeto que está cerca de mi me comenta, no sin cierta resignación. -Las cosas siguen subiendo, mi amigo. Menos el ombligo, todo va pa’rriba-. Yo, riéndome, le respondo. -Pues no esté muy seguro, mi ecobio. A lo mejor un día te levantas, vas al baño a lavarte la boca, y descubres que te has embarrado tu ombligo con pasta de dientes…