Confieso que el tema no es transcendental. Incluso, los habrá quienes me acusen de expresar una frivolidad que poco importa a las masas ilustradas o, a sectores intelectuales, y que además no aporta en lo más mínimo a un problema capital como la libertad; lo que no, sin cierta razón, me va a inhibir de manifestarlo. Quizás, lo mismo, a tono con los excelentes artículos de Juan F. Benemelis sobre el totalitarismo -y he aquí que, para otros, también puede que yo intente mezclar el agua con el aceite- publicados en dos partes en Cuba Inglesa (I y II), por el asunto que tratan, me inviten entonces a comentar en torno a una arista muy común en esas formas aberradas de gobiernos -sobre todo en los comunistas, con el que lamentablemente estoy familiarizado, como muchos-, y que, raras veces, se menciona: la gente -hablo únicamente de la apariencia- se vuelve fea.
Dicho así, claro que suena simplista y los “más serios” habrán de considerar que me voy muy lejos del análisis profundo que propone y merece un asunto como el se aborda en “Para una historia del totalitarismo” (parte uno y dos). Pero es que la Estética, ciencia de percepción, sensación y sensibilidad; y el Hedonismo, camino del placer y la supresión del dolor, desde la antigua Grecia, como doctrinas filosóficas que son, en los sistemas de marras -reitero a pesar del terrible cansancio que provoque: sobre todo en el comunista- son dos materias que comienzan por desvirtuarse y finalmente desaparecen; al menos bajo las premisas occidentales en las que fueron conformadas desde la antigüedad.
Por supuesto, sin la pretensión de caer en la “metatranca” usual que se arriesga uno al abordar tópicos como este, y mucho menos que lo que escribo sea un canto a la moda, con la que nada tengo en contra, ilustraré lo que digo con un ejemplo que me tropiezo cada Sábado, alrededor de las cuatro o las cinco de la tarde, dependiendo de la puntualidad, en el Aeropuerto de Miami, y que no solo a mi me ha remitido a una reflexión.
Desde hace cuatro semanas, a lo sumo, se ha habilitado un vuelo que cubre la ruta Moscú-Miami. Se trata de una nave de envergadura con una considerable cantidad de personas. El avión, a diferencia de otros desde Europa, que son más cosmopolitas, trae en su mayoría a pasajeros rusos o de las ex repúblicas soviéticas. Lo curioso es que, aquellos “bolos”, su acostumbrada “estética” y sus maneras -las que los cubanos, luego de 1959, conocemos bien- en escasas décadas ha desaparecido. Hoy día, la buena presencia, los modos de comportamiento y un fresco glamour en la mujeres jóvenes, muy del poniente consumista, son en extremo diferentes al ciudadano ruso de la guerra fría. De esos rusos eructando vodka barato, uniformados y repletos de sellos y estrellas rojas, con sus esposas enseñando una axila llena de una pelambre pestilente, oliendo a cebolla rancia, con vestidos horribles y caras cuadradas a la usanza más aldeana, queda muy poco, para no decir nada.
Luis Vuitton, Matte Cocodrile, Lana Marks, Penélope Bags, son algunas de las carteras que, las hoy estilizadas y modernas rusitas, cuelgan de sus hombros; arropaditas con estrechos jeans Play Boy y, asimismo, usando vestidos, sudaderas, ropa de invierno, de marcas tan prestigiosas como Hervé Léger o Carolina Herrera; o botas Mustang; Wonders; lo que imagino, implica igualmente el uso de ropa interior Victoria Secret.
Los rusos hombres, desde luego, no se quedan atrás. Armani; Brioni; Kiton, Calnali, etc., son las marcas favoritas de trajes. Levis Strauss, Lacoste, Polo, las deportivas de mayor preferencia. Claro, lo llevan quienes consiguen costear los altísimos precios que cuestan las susodichas prendas en Europa o Norteamérica, ya sean masculinas o femeninas, y que seguramente es la minoría. Que existe un numeroso grupo de ciudadanos rusos, como yo, que tendrán que conformarse con los grandes almacenes al estilo de Kmart, Sears o Walmart, y las liquidaciones que se ofrecen en fechas señaladas, lo que no es óbice para lucir bien.
Sin embargo, la crónica que cuento en cuanto al vuelo Moscú-Miami, se cierne a un único punto. La analogía forzosa, la coincidencia obligada, lo monocromático, y miles de adjetivos más que se presten para definir el fenómeno del igualitarismo en todo sus estratos y expresiones dentro del marco de la izquierda retrograda, desaparecen en cuanto las sociedades se abren, aún de forma “defectuosa”, como ha sucedido con El Kremlin. El pluralismo y la libertad generan belleza aunque esta sea a veces desbalanceada, discutida, criticada o cargue el sello de tag kicht, lo que por suerte conforma un tablero versátil, que a mi modo de ver, se agradece. La elección del buen gusto es la que ha de abrirse paso, y ese es generalmente personal, aún cuando esté sujeto a corrientes o pautas.
Si, tal vez alguien vendrá a hablarme de los desposeídos, de las injusticias, de la desigualdad, del que modelo ruso no es el mejor de los ejemplo, y llevará alguna razón si se refiere a conquistas sociales; utopías que se ha demostrado hasta la saciedad, son inalcanzables en regimenes dictatoriales, entre otras cosas, por la rigidez con que operan -lo que a la larga los convierte en gestiones inoperantes. Pero a esos les digo, con todo el respeto que consigan merecer sus creencias y dogmas, que nada tiene que ver la vieja quimera, basada en el anhelado sueño del mejoramiento humano, con la terrible uniformidad con que nos visten, y pretenden que nos comportemos, en sociedades tan cerradas como las comunistas.
Nada, que las matriochkas ya no son las mismas…