“324 Mendoza” es la dirección de un edificio peculiar, que
definitivamente existe, con suficientes años en “sus huesos”, ubicado en la
ciudad de Coral Gables. Es también la historia de un sujeto que, al no contar con otra alternativa, se va a vivir a
este viejo emporio practicando una suerte de naufragio deducido por la vida mucho antes de que él lo supiera, para concluir aislado de cualquier compromiso que lo obligue a
comportarse como un ser racional, responsable; total, se dice, ha sido demasiado el tiempo en
que se ha redimido como un hombre garante, y ya está harto de tanta solemnidad
y adeudo. Bruno se llama, y llega a Mendoza, en un inicio, con la esperanza de
que su estancia sea solamente por unos meses. Sin embargo, Bruno termina
viviendo casi un lustro en un espacio que lo cautiva en apenas dos semanas de
establecerse, y concluye construyendo su atalaya, y escribe una novela sobre lo
que le rodea: justamente el edificio, sus vecinos, y por qué no, de su vida.
Tengo la suerte de que en este proyecto, un viejo amigo, un buen
amigo, que desde hace mucho me conoce, tuviera a bien aceptar la invitación que
le hiciera para que firmara el prólogo de la novela. Gracias Armando, para mí
un privilegio. Un abrazo fuerte…
Denis Fortun
El universo
de Mendoza
por Armando
de Armas
Conocí a Denis Fortún a inicio de
los ochenta en Cuba. Me lo presentaron en la cervecera de la plaza del Malecón,
en Cienfuegos. Me pareció un buen muchacho que aspiraba a ser malo. Pensé,
buena señal, al menos no es conformista. Luego, alguien le dijo que yo era
escritor, rara avis en el ambiente en que nos movíamos, y me confesó lo que
llamó su “debilidad” por la literatura. Pronto empezamos a compartir mesa cada
noche con otros amigos en el cabaret Guanaroca del Hotel Jagua. Era muy
imprudente. Se metía en problemas, a veces con tipos peligrosos sin saber que
lo eran. Estábamos al margen de casi todo, y una madrugada no tuve otra opción
que salvarle la vida, creo que me lo agradece. Ese día, pensé, el chico hace
progresos, y agregué en mí discurrir… tiene uno de dos caminos para escoger:
será delincuente o será escritor. Por suerte terminó de escritor. Pero aún
no escribía.
La
revelación escritural ocurriría en La Habana. Habíamos viajado desde Cienfuegos
a vender oro a un presunto comprador. Denis era el intermediario y nos
albergábamos en su apartamento de Nuevo Vedado. Estuvimos varios días a la
espera del comprador, para mostrarle mis muchas morocotas, pero cuando éste
apareció nos pudimos percatar que no poseía dinero suficiente ni para adquirir
una pobre pepita.
Mientras
acampábamos en su casa, nos dimos a jugar silo, beber y leer. Recuerdo que a
ese contrabando áureo frustrado debo la lectura de dos obras fundamentales que
parecían aguardarme en la surtida biblioteca de la tía de Denis: Doctor
Zhivago, de Boris Pasternak, y La Piel, de Curzio Malaparte. Una madrugada, Denis me
despierta intempestivamente, pensé de pronto que la policía había allanado el
apartamento, o que los ladrones habían entrado a apoderarse de mi bolsa de oro,
o que el edificio había cogido fuego. Pero no, era que Denis había escrito lo
que optimista nombraba su primer cuento, y eufórico quería mostrármelo. Lo miré
por entre las madejas del sueño y le dije: --Brother, a esta hora yo no leo un
cuento ni de Cervantes si resucita y me lo pide--. Con el devenir del tiempo,
él ha contado que dije Vargas Llosa, y últimamente que García Márquez. Sin
embargo, estoy seguro que dije Cervantes, pues si no el término resucitar
que daba sentido a lo inopinado de osar despertarme a esa hora, no hubiese
tenido lógica, y en ese tiempo García Márquez ni soñaba con morirse, y Vargas
Llosa sobrevive aún.
Denis
nunca más me mostró un escrito, luego un día yo hube de escapar de esa isla del
infierno, y acá en el exilio vivía con el cargo de conciencia de haber quizá
frustrado por mi mal carácter la carrera de un buen cuentista. Diez años
después lo volví a ver en Miami, y ya mi vaticinio de que sería delincuente o
escritor se había cumplido: era escritor. Poeta, excelente decimista por más
señas. Siendo habanero, no sé de dónde le vendría esa veta bucólico-pastoril,
pero la tenía, sazonada además con algo de la crónica urbana; del aeda aturdido
que canta a las rufas rajando en las ranflas. De esto último al narrador no
había más que un paso. Fortún ha
publicado los poemarios Zona desconocida y Serio divertimento;
además de los volúmenes de relatos El libro de los Cocozapatos y Diles
que no me devuelvan. Ahora el autor nos entrega la novela 324 Mendoza. Una
crónica urbana de la vida en un pequeño edificio de apartamentos del exclusivo
Coral Gables. Creo que no abunda la literatura cubana que refleje espacios
cerrados habitados, aunque está el antecedente al menos de la novela El todo
cotidiano, París, 2010, de Zoé Valdés, pero mientras que Zoé extrapola la
acción desde el edificio de apartamentos al escenario parisino e internacional,
Denis permanece impertérrito dentro del diminuto universo de las cuitas,
conflictos y placeres del protagonista y sus vecinos de la colmena estilo Art
Decó de la calle Mendoza.
Fortún ha
escrito una novela sin pretensiones, pero que se deja leer con el morbo de
quien asiste al espectáculo de la intimidad de los otros desde atrás de un
telescopio y con impunidad total, voyeurismo
literario que ancla en linajes tan nobles como el engendrado por James
Joyce en el Ulises. Así,
leemos erotizados… “La imaginación de la chiquilla es fértil, perturba un poco
al dueño fotógrafo. La mía se desata, saboreo cada gesto: se amolda su
abundante pelo rojo, se reclina en el sofá boca arriba, se arquea y empina sus
senos, los sostiene, dejando caer su cabeza hacia atrás, y queda así por varios
segundos, después se pone boca abajo, apoyándose en sus rodillas, levantando
sus nalgas macizas; por fin se incorpora, sentada pasa sus manos por los muslos
y mueve los hombros, a un lado, a otro, con sobrada cadencia, mordiéndose el
labio inferior con refinada sensualidad, transformando su rostro en una mueca
cuajada de placer, sonriendo siempre, hasta que se recuesta de nuevo, separa
por completo sus piernas, y con su mano derecha levanta una, sosteniéndola en
alto.
La modelo hace alarde de su centro púrpura, como de hembra negra,
que contrasta sobremanera con su piel caucásica. El dueño fotógrafo se paraliza
y la contempla sin que apriete el obturador. Ambos permanecimos literalmente
congelados, adorándola cada uno desde su espacio. La chica, en cambio, reía
discretamente y gozaba sabernos inmóviles. Yo, por el tono verde de sus
zapatos, su pelo rojo y su fresa deliciosa, se me antoja un adorno de Navidad
que quiero colgar en un arbolito nada más para ella, y me provoca unas
ciclópeas ganas de saltar desde el segundo piso…”
Bruno nos cuenta sus crisis existencial, un amor perdido, otro que nunca recupera, un vacío que pretende llenar con sexo, y una vida muelle. Sus vecinos no aspiran tampoco a mucho más, en su mayoría artistas, modelos, sobrevivientes y gente aún peor… “Y ahí sigo, en una suerte de limbo, del que salgo y entro. Vivo a ambos lados de una frontera que en ocasiones se hace infranqueable para la felicidad plena y que gracias a Dios no es tan monolítica, debo reconocer, pues más de una vez he logrado atravesarla para el lado bueno. Una felicidad que tuve con Amalia y trasegué a Karla, sin que se prendiera todo lo que quise”.... Personajes cuya máxima preocupación no parece pasar de darle contento al cuerpo, recibir del otro, y llegar aunque sea a fin de mes con sus magras finanzas y poder pagar la renta al dueño del edificio, que además es fotógrafo. Un retrato de El hombre sin atributos de Robert Musil, no en Austria a inicios del siglo XIX, sino en Coral Gables a inicios del siglo XXI. Leemos… “Logan me aseguró que la chica procura castigarme de manera cruel, incluso con sadismo, y lleva en su cartera un rollo de soga, unas tijeras de proporciones considerables, y un spray pequeño con gas pimenta; que está dispuesta a lo que fuese con tal de que yo pague mi deuda. Logan me observa con una discreta sonrisa aflorando en sus labios y me da una palmada en el hombro con afecto…”...
Denis, en ocasiones, se piensa deudor del maldito poeta estadounidense de origen alemán Charles Bukowski, pero quizá lo sea más del novelista estadounidense de origen ruso Vladimir Nabokov, pues mientras Bukowski se vale del efectismo de las situaciones límites, Nabokov es más de sublimar la cotidianidad, de literaturizar la simples situaciones, no tanto en su famosa novela Lolita, 1955, como en su voluminosa obra cuentística menos conocida. Denis no busca grandes dramas que narrar, sino, encuentra al azar esos pequeños dramas del hombre pequeño, a veces amoral, para armarnos una narrativa de interés. Acá un ejemplo… “Un gato blanco se lanza de la rama del cocotero y se queda con nosotros, pero no es el sedentario de la vecina de enfrente. Este es delgado, se mueve con mucha vitalidad, cariñoso, además, y me maúlla muy quedo, mirándome como si pretendiera confesarme alguna historia de gatos, en su lenguaje de gato, que yo irremediablemente no comprendo”.
A pesar
de que Denis Fortún se empeña en desprenderse de lo nacional en la escritura de
este texto, lo cierto es que con 324 Mendoza se nos viene a revelar como
un autor a tener en cuenta dentro del panorama de las letras cubanas,
dentro y fuera de la isla. Digamos así, que su Coral Gables es más habanero de
lo que él se piensa. Aún más, la atmósfera del pequeño edificio de apartamentos
que protagoniza esta novela, parece por momentos un remedo de aquellas noches
húmedas en el cerrado reducto del cabaret Guanaroca de Cienfuegos.
El
texto es el prólogo de la novela
Miami
2017. Armando de Armas