El pasado viernes 15 de junio, en la tertulia que conduce Luis de La Paz, tuve el privilegio de que "324 Mendoza" fuese presentada por Luis Felipe Rojas: poeta, cronista, escritor, un buen amigo...
Los ardores ocultos de una novela
por Luis F. Rojas
Denis Fortún ha pisado los territorios movedizos
de la auto ficción, un género que se ha convertido en “paria”, en medio de las
reglas convencionales de la novela. Con “324 Mendoza” (CAAW Ediciones, Col Erotika,
2018) volvemos a gozar del voyeur que fue y es un escritor a todas. Mirar,
clasificar y narrar. No hay más fórmula que compartir las ganancias de la
experiencia con quienes esperan exactamente eso de nosotros; el resultado de una
visión y olfato aguzados.
Bruno, así de simple, vivido, vívido y viviendo,
en un edificio de nombre argentino con número cabalístico de interrupciones
3-2-4, es un ascendente de aquel Bruno de Ernesto Sábato que, en “Sobre héroes
y tumbas”, era el hilo conductor para llevarnos a Martín, Alejandra, Georgina y
Fernando. El Bruno reinventado de Denis Fortún tiene más de tipo cansino, que
se va a reinventar desde la propia mirada cuando se activen todos los sentidos
del placer.
La novela va en este ritmo -sin
ánimos de reseñar ni contar finales felices ni las trampas pueriles de las
sinopsis obligatorias-: te mudas y descubres que el mundo se abre a tus pies, pero para dejarte
pasar. Un par de chicas poliamorosas, una mujer insaciable, un par de vecinos
peleones e inseguros cuya frustración los lleva a exponer el mayor espectáculo
de decadencia posible en las más absurdas discusiones públicas. En lo adelante,
en un intento de reseña, uno puede tirar del índice y elegir, a saber:
¿La
vecina de al lado o El vecino de los bajos y su amantísima consorte?
La
pelotera –ojo, nada de bolas ni strikes.
¿El
vecino de enfrente o La mujer del vecino de los bajos?
A
mí me encantaría quedarme en la tarde de La primera pasta,
pero en los remates
de la novela el autor nos guarda una Breve historia para un desahucio.
A esta novela le faltan
varias cosas para que sea una novela formal y sin riesgos. No es de ritmo
ascendente, cuando terminas un capítulo no tienes esas ganas irrefrenables de
seguir leyendo. Lo podrán comprobar ustedes mismos, cuando lean “I believe, I
can fly” se habrán leído toda la novela y lastimosamente en el capítulo
siguiente hay más, para suerte de todos. Y es que creo que Fortún ha creado su
propia Torre de Babel para el sexo, los miedos, el amor, la desesperanza, la
frustración y las miserias humanas. Los temas universales del Teatro y el Arte
le sirven al autor para recrear un mundo donde el odio o el miedo son lenguas
universales que se pueden practicar en cualquier sitio.
El escritor Armando de
Armas apunto en el prólogo: “Fortún ha escrito una novela sin pretensiones,
pero que se deja leer con el morbo de quien asiste al espectáculo de la
intimidad de los otros desde atrás de un telescopio y con impunidad total, voyerismo literario que ancla en linajes
tan nobles como el engendrado por James Joyce en el Ulises”.
No falta aquí el humor
–recordemos que estamos ante una pieza de auto ficción y Denis va a ser siempre
Denis. Las actuales tendencias crítico-literarias debaten ahora mismo si es
lícita la transparencia entre autor y personaje, so pena de llegar al puro
narcicismo, y es el riesgo corrido en este caso, y del que nuestro autor sale
bastante ileso, muchísimo.
Para un súper star como Javier Cercas, la resolución fue lanzarse a la piscina y dejar que autor y personaje convivieran sin más drama que el de contar cómo esa parte de la escritura que nos lleva a la historia del libro por dentro, escribir es allanar un camino y ese es el riesgo, el otro mérito en Mendoza, hay un escritor que ha desguazado su propia manigua escribiendo, sin amagos ni alardes, y es una de las cosas que se agradecen hoy en la literatura escrita en español.
Vayamos al capítulo La pelotera (que para los no cubanos,
aclaremos se trata de una reyerta, una polvareda formada por gaznatones o
improperios, no tienen que ser ambos a la vez): El vecino de los bajos ha
armado la de Samuel Becket porque su vecino argentino –mordaz y escurridizo, le
ha dicho puta a su mujer de aquel, pero se lo ha dicho en lengua romance
prácticamente, de modo que lo puso a buscar en Google el improperio,
escuchemos:
Nueve
y tanto de la noche, el escándalo es antológico, como si fuera mediodía, no
para que suceda a esa hora. Mi vecino, el de los bajos, discute con el señor
argentino y le exige explicaciones sobre qué quiso decirle a su mujer con eso
de galápago –puta es lo de menos–, y, además, está lo de Bibendum, la mascota
de las gomas Michelin, que lo puso a googlear para enterarse de quién se
trataba.
“El
vecino de los bajos se envalentona. Sube al apartamento del matrimonio austral
y golpea la puerta, provocando. Ahora los insultos se dirigen como dardos a la
señora. Le grita al viejo que su mujer sí fue realmente una puta nacida en los
arrabales de Buenos Aires, en la época de Gardel. El vecino desconoce la
genealogía de la señora, que procede de una vetusta familia portuguesa,
finísima, llegando su fundador tatarabuelo a Tierra del Fuego con Fernando de
Magallanes.
—Esa
mierda de galápago y Bibendum —prosigue gritando el vecino de los bajos— que le
has dicho a mi mujer, pues será la tuya. ¡Puta de suburbios, de Caminitos! —Y
añade con las venas del cuello a punto de reventarse—: La muñeco es ella, que
hubo de haber hecho tortilla con Mirtha Legrand, Libertad Lamarque, incluso,
con la vieja esa, la de la Plaza de Mayo, que ahora no me acuerdo como se
llama.
Deduzco,
por la descripción de la última tortillera, que el vecino de los bajos se
refiere a Hebe de Bonafini. Recuerdo la lista de argentinos hijos de puta que
hablábamos el vecino y yo días antes, y ahí no aguanto, me río a carcajadas sin
temor a que me escuchen. Abro entonces la puerta para asistir en asiento de
palco a la increíble comedia. Cuando más entusiasmado está el vecino insultado
al matrimonio, la vecina de al lado se envuelve en la pelotera. La mujer ha
salido de su apartamento sosteniendo su látigo, indicando, de manera firme, que
si no se comportan todos de forma civilizada –excepto la señora, que no se ha
oído una palabra de su boca, subraya con orgullo–, pues va a llamar a la
policía.
El
vecino de los bajos, ahora con mucha humildad, intenta contarle a la vecina el
porqué de la bronca. Ella expresa muy enfática que le incumbe un carajo la vida
de cada cual. Si en el edificio todo el mundo anda desnudo, si es puta, maricón,
o si gustan de raspar almeja con almeja, eso es problema de cada uno. Ya no
aguanta más el griterío y va a hacer cualquier cosa con tal de callarlos. Al
oír esto último, imagino a la vecina de al lado con el látigo, a punto de
golpear al vecino de los bajos, y a su mujer, que no para de berrear desde la
puerta de su apartamento. Me asiste la certeza que pronto comenzaré a escribir
una historia sobre este edificio cuasi mágico. Pobre señora de naturaleza
austral ¿Pensará ella que está viviendo en el trópico? ¡Claro que puede
imaginarlo! ¡Es Miami!
Por
fin se calla el vecino de los bajos, y lo agradezco. Su rival, apenas escuchó a
la vecina de al lado, no dijo una palabra más, es un sujeto decente que hubo de
defenderse. El vecino finalmente obedece a la vecina, y a su mujer, que le
grita con un tono agudo de mesosoprano, que pretende ser dulce: «Papito, baja
ya. Deja a esa chusma».
Son
las diez de la noche, el escándalo ha durado un noticiero, y reitero, no es
hora para alharacas, al menos en Coral Gables.
Orgías no hay aquí, si
acaso un trío sexual donde los deseos nunca van a ir más allá de lo que ocurre
en la vida real, pero los caminos torcidos de la ficción siempre serán más
expandibles y como en la novela La Celosía, de Alain Robbe Grillet, nunca
llegaremos a ver en toda su extensión a este Bruno, marido celoso de Mendoza,
que es capaz de describir los detalles más insignificantes de sus vecinos allegados y cuanto ser pase por delante de sus ojos. Jamás un detalle que lo delate
como alguien a punto de reír, o ser feliz, porque eso se lo ha gestionado para
los otros, los observados, que somos sus propios lectores. ¿Qué importa que se
llamen Karla, Amalia, Ela o Carmen? Denis ha reinventado para este espacio
novelado los mismos ardores del cuerpo humano. 324 Mendoza es una novela
erótica montada al uso de los viejos caleidoscopios, en cada vuelta nuestra
retina está obligada a cambiar, es lo que hallaremos el abrir la primera y
última páginas.
“(…) si no hay conflicto se puede escribir el código penal pero no Crimen y castigo”.
“(…) si no hay conflicto se puede escribir el código penal pero no Crimen y castigo”.
Juan José Millas
En 324 Mendoza el conflicto toma cuerpo de manera
intermitente, el aire entrecortado de la vigilia de Bruno por los otros es el
mismo tirón de cada capítulo. Los espacios conflictuales se abren y cierran en
cada capítulo. Si algo se echa en falta en este texto es alguna suciedad que abunda en
la literatura norteamericana actual, las costuras de la pelota cuando se va de
jonrón, la putrefacción de la vida real. Pero es Denis Fortún, lucido y lúcido,
en Coral Gables ¿Qué más le vamos a pedir?
Miami, mayo 30 y 2018.