Mi madre me llama por teléfono alarmada. Ha visto en las noticias del mediodía que para el próximo año no habrá jabón en Cuba. Le preocupa enormemente que sus nietos no tengan con que bañarse en enero. Yo le respondo que no hay cuidado. Que ya tomaré las previsiones oportunas para la escasez, aún mayor, de un articulo de primera necesidad como ese, y pronto irá para la Isla un envío con todo el avituallamiento pertinente en cuestiones de higiene para que mis hijos lo usen como Dios manda. Sin embargo, lo simpático -si es que existe algo gracioso en la penuria cotidiana del cubano-, es el hecho de que su conversación me hace rememorar una tragicómica anécdota que sucedió hace unas semanas en el aeropuerto de Miami, y que bien sirve para una crónica.
La señora iba para Cuba a visitar a sus familiares. Por supuesto, repleta de paquetes. Al momento de llegar al aeropuerto, por error la dejan en el primer piso, lo que la obliga a tomar una escalera eléctrica para ir al segundo, el de salidas. Lamentablemente, ya fuese por nerviosismo o por temor a la escalera -lo que le ocurre a muchas personas mayores-, la señora se cae y se lastima un tanto. Las autoridades del aeropuerto llaman enseguida al “rescue” y este, en menos de dos minutos, se presenta en la escena. Los pasos de rigor se comienzan y uno de los rescatistas le toma la presión arterial a la señora y luego le coloca un estetoscopio en el pecho para sentir las palpitaciones del viejo y asustado corazón criollo, que por sobre todas la cosas, teme que no pueda realizar su viaje en diciembre para pasar el fin de año con su familia, y de paso pagar el puerco que han de comerse.
El rescatistas muestra una cara que asusta a la otra señora, más joven, que acompaña a la accidentada. La amiga pregunta que sucede y el hombre responde que no siente sonido alguno que pueda atestiguar que la señora tenga corazón. Contrario a lo que se espera en momentos como este, los rescatistas ven con incredulidad como la acompañante comienza a reírse en medio de una situación que para nada da margen a la broma.
Es que ella , la pobrecita -responde la acompañante- tiene tres jabones guardados en los ajustadores. Por eso es que usted no escucha nada- y agrega un tanto apenada-. Imagínese…, vamos para Cuba y nunca son suficiente las maletas.
Horas después la señora y su acompañante llegaron a La Habana, la primera sólo con algunos rasguños en los codos, y con mucha vergüenza...