Mr. King, sujeto de unos cincuenta años, fornido, de facciones acentuadas, para no decir bembón y ñato en exceso, es lo que en Cuba definiríamos como un “negrazo”. Mr. King, nacido en New Orleans, no aparenta ser una mala persona y me interroga de manera que sus dudas parecen auténticas, razonables… ¿Por qué los cubanos somos tan racistas?
La consulta, confieso que me toma por sorpresa. Lógicamente, me demoro varios segundos para articular palabra alguna en lo que lo miro sonriéndome. Después de una pausa que me asfixia casi, termino contestándole como un estúpido y aseguro que no sé. Incluso agrego, lo que me hace lucir más imbécil. ¡¿Somos racistas los cubanos…?!
Mr. King suelta una carcajada y hace una mueca, demostrándome que lo peor que pude haber hecho es responderle con otra interrogante. Después subraya. ¡Yes! Your people is very racist
El Sr. Gonzáles es cubano como yo, orgulloso además de considerarse uno de los pocos hispanos en el mundo que es verdaderamente caucásico; lo prueba su apodo en Cuba: Pomoeleche. El Sr. Gonzáles está junto a mi, por lo que escucha perfectamente lo que al parecer le preocupa a Mr. King. El Sr. Gonzáles, como buen cubano, me interrumpe cuando yo pretendo discutir con Mr. King hasta que punto él tiene razón, y sobre lo que yo considero una generalidad que no es precisamente la regla. El Sr. Gonzáles no me da tiempo a que desarrolle mi exposición de la mejor manera y en mi mejor inglés. Con sus argumentos, muy distantes de los míos, trata de convencer a Mr. King de que no. Le asegura que está totalmente equivocado y hasta le habla incluso de su primera esposa, que fue una mulata linda (claro, negra fea tampoco, esa e pa‘ los negros feos, me comenta en español). De que nosotros somos cubanos, y entre nosotros nos vemos como eso, una nacionalidad sin distinción de raza y colores.
Mr. King niega con la cabeza. Según cuenta, sabe por experiencia que una gran mayoría de los criollos que vivimos en Miami, no sólo tratamos a los negros cubanos con reserva, sino también a los de otras nacionalidades -aunque reconoce que no es acto manifiesto, si siente que tácitamente rechazamos “a los prietos”-; y que lo hacemos igual con los centroamericanos, a los que despectivamente llamamos de indios. Además, que siempre nos quejamos de que después de la revolución, en la Isla aumentó considerablemente la población de afrodescendientes.
Yo reconozco que lo dicho por Mr. Kin me asombra por venir de un norteamericano al que imaginaba muy ajeno a nuestra naturaleza, e intento ubicar una que otra idea en medio de lo que se avecina como un encontronazo de a dos. Pero el Sr. Gonzáles no me lo permite y al parecer a Mr. King ya no le importa lo que pienso. Se han tomado para ellos la conversación y tratan de imponerse el uno al otro. Lo que al parecer molesta un tanto al negro americano, que observa con cierto recelo al Sr. Gonzáles, y comienza a separarse un tanto de él. A Mr. King no le gusta que le gesticulen cerca de la cara, aún así cuando la otra persona piense que lleva la razón. Termino distanciándome unos metros, los suficientes como para no participar en lo que amenza con volverse un acalorado debate, pero dentro de un radio donde pueda seguir escuchándolos. Total, ninguno de los dos me permite que aporte tan siquiera una palabra y prácticamente me ignoran, por lo que me dedico entonces a hacer parte de mi trabajo.
Por fin consigo abrir la boca. Lo hago cuando me veo obligado a regresar junto a ellos para separarlos. Mr. King y el Sr. Gonzáles están a punto de darse varios trompones. Los aparto, en lo que escucho como Mr. King le grita al Sr. Gonzáles cubanasshole, y el Sr. Gonzáles le devuelve el insulto a Mr. King con el clásico negroemierda…