jueves, 29 de abril de 2010

La Iniciada


Se desmonta del caballo, se despoja de su armadura, mira a su espada con hastío mientras la sujeta con fuerza, luego sus ojos repletos de odio se mueven a su alrededor y siente unas ganas enormes de vomitar. Dos cóndores se posan cerca, la sangre de los caídos aún está caliente. Hombres, bestias, los hay quiénes todavía se retuercen. Algunos gimen, gritan, se empeñan en vivir. Se avecina la fiesta para las carroñas. Apenas si consigue moverse, su cansancio pesa lo mismo que la armadura que recién ha conseguido quitarse de encima. Finalmente suelta la espada y cae.

Y La Iniciada aparece, desnuda, y de
desde lo alto de un pequeño acantilado se aprovecha de su debilidad y apuntándole con su arco le anuncia su muerte en la flecha. Él únicamente atina a recuperar su espada, patear la armadura, y corre hacia a ella. 

Demasiado tiempo deseando a una de aquellas brujas hermosas, con cuerpos que, nada más verlos, no logras pensar en otra cosa como no sea la manera de gozarlos

¡Si vas a matarme -le grita- lo harás cuando consiga estar entre tus piernas…!


 

DF