Una palabra durante más de cuarenta y cinco años ha marcado la existencia del cubano nacido luego de 1959: bloqueo.
Es curioso, el corte total, de a cuajo, a un intercambio comercial y diplomático de toda una vida, visto además como un proceso natural continuo, amparado por la geografita y la idiosincrasia de dos pueblos, y que nada habría de interrumpir, vino a convertirse en la mejor herramienta de los comunistas criollos para acusar a los yanquis de muchas cosas, todas feas. La más reiterada: los norteamericanos son responsables del fracaso que sobre el socialismo cubano pesa.
Visto así, con simplicidad, entonces se puede asegurar que la estrategia del embargo ha triunfado. Sin embargo, el resto del mundo siempre se ha comportado más tolerante con los desvaríos de la Revolución. Prácticamente toda la humanidad, hasta los albaneses en su momento, han comerciado con la Isla. Luego entonces, la simplicidad del inicio no lo es tanto. Queda claro en todo caso la ineptitud de un proyecto que ha descansado siempre en la ego-política. El susodicho embargo ha sido como una suerte de aderezo al potaje; un sazón que lo identifica como un plato peculiar. Un detalle que los más “puntuales” definirían como que influye pero no determina.
Claro, igual resulta demasiado superficial contemplar el asunto desde esta perspectiva. Y también es bueno señalar que los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca no se han tomado muy en serio el tema Cuba. Jamás han practicado una medida drástica para cortar el mal de raíz. Primero, por el padrinaje de los rusos; más adelante por otra razones convincentes para Washington, el caso es que los Johnny(s) han permitido que el mal perdure bien cerca de ellos y lo que únicamente han tratado con cierto rigor (y digo cierto, pues hasta el mismísimo embargo ha visto innumerables de rajaduras en su estructura) ha sido el susodicho bloqueo, que en ocasiones se endurece y otras se queda flácido; algunas como si no existiese.
Por supuesto, las figuras que lo componen son las más diversas. Se han utilizado una larga retahíla de opciones para ahogar la economía criolla y con ello sacar literalmente del juego al equipo que lleva las riendas del archipiélago; un torneo demasiado extenso para mi gusto; con números desfavorables para el que lo impone; con un valor moral más que todo. Senadores, congresistas (sobre todo los cubano americanos), han intentado mantener y/o endurecer la reglas...
Y como todo asunto polémico, se cuenta con dos bandos. Los defensores de un comercio abierto, reiterado, sin tener en consideración el tipo de gobierno con el que han de traficar, aluden que en todo este tiempo el embargo no ha producido el resultado ansiado. Han de cambiar por tanto las maneras de lidiar con el “enemigo” y darle lo que pide para llenar a la Isla de turistas red neck (los nuestros no califican) y envenenarla con la democraacia que llevaran en sus maletas. Los que están a favor de cortar más aún los recientes vínculos y ventajas, subrayan que si se le da otra vuelta a la tuerca, esta vez caen.
Mientras tanto, yo no creo ni en uno ni en otro y siento que en La Habana se ríen los jerarcas. La tomadura de pelo, de que por culpa de los gringos el pueblo sufre, todavía la dan por buena millones de tontos útiles, sobre todo los renovados idiotas latinoamericanos, pero es sólo eso, teatro. Cuba, comprando, o vendiéndole lo poco que produce en la actualidad a sus vecinos del Norte, no va a cambiar la naturaleza de su gobierno. El que miles se desgasten, a favor o en contra, es la cortina de humo bien implementada por la gerontocracia criolla con tal de seguir con el mismo relato truculento.
El drama cubano no va a mejorar si se permite el negocio entre los dos países; ni va a empeorar si se recrudece el aislamiento, y todo por una sencilla razón. La política de estado en la Isla es simple: mantener jodido a sus súbditos en medio un límite considerable, permicible; la soga al cuello, la falta de aire, pero no te ahogo del todo. Un entorno que los maneja, ocupándose cada uno en como saltar a como de lugar sus miserias y preocupaciones, y a su vez con vías de escape para "resolver". Carriles que los posibilita la ilegalidad y la corrupción.
Cuando te obligan a la "inventiva" para cubrir tus necesidades elementales, no puedes darte el lujo de pensar en otro tipo de aspiraciones que dignifiquen tu existencia. Primero está la despensa, el congelador, y los zapatos para tus hijos. El bloqueo es adentro, desde dentro, calibrado con eficacia para mantener ocupados en sus propias miserias a los potenciales enemigos que, de tener cubiertas sus precarias vidas, aunque sea de manera básica, van a reconsiderar su modo de ver y actuar. Sino, por qué tanta traba y elementos kafkianos dentro las resoluciones que pretenden implementar legalmente por las cacareadas medidas que han de renovar lo arcaico de un sistema que no se mueve en dirección alguna. Porque la Revolución es como uno de esos molinos con que hubo de enfrentarse El Quijote: enorme, con aspas gigantes, algunos ruinosos, y siempre en el mismo sitio.
Ahora mismo miles de cubanos con familiares allá (con hijos, como yo) no les queda otro remedio que ir ingeniándoselas para mantener calzados, vestidos, sin hambre y sin frío a los suyos. De esa forma, desde el inicio, diseñaron en La Habana el game y lo compramos: los afectos, el amor, los fuertes lazos familiares, ellos saben que va siempre por encima de lo que debe ser correcto (por lo que no dudarás dos veces en “mandar unos tenis blancos”); y lo correcto sería doblegar de cualquier manera a un gobierno que nos ha hundido en la mayor miseria, de todo tipo. Un estado que para sobrevivir se alimenta de las remesas que les envían sus enemigos. Enemigos que a su vez no tienen la menor idea de cómo lidiar con la triste realidad de la que son prisioneros.
El asunto, sin dudas es más complejo. Por lo pronto, creo que la restricciones afectaran sólo a los que intentan vender una prosperidad y un estatus que aquí no tienen (lo que en el argot popular se conoce como los que van a Cuba nada más que a “especular”). Muchachones que gastan su salario en Valsan o piden ropa prestada, y prendas, y después a pavonearse en La Habana y sus alrededores. Sujetos que al parecer les importa más la imagen que la la familia. Tipos que reúnen varios quilos para llegar a allá, conquistando a los que lamentablemente conviven con la miseria a diario. Un turismo de pocas opciones, pero barato cuando se hace underground.
Las restricciones van a mellar un prospero negocio de agencias de pasajes con precios exagerados, y que compran aquellos que lo que más desean es restregarle a los que se quedaron, que hoy son superiores a ellos por vivir fuera. Sentir esa sumisión, esa desmedida cortesía que se ejerce con los que vienen del Yuma; un acto que los hace desenvolverse como reyes en un país repleto de miserables plebeyos; y que su condición, a pesar de que se ha visto marcada por la falta de un comercio bilateral, no la define precisamente el que no suceda el susodicho comercio. Son los que gobiernan en Cuba, aquellos que han dispersado la pobreza como una enfermedad venérea, porque les conviene. Lo demás, sea aquí o allá, de tanto escuchar y no ver que funcione, se me antoja pura entelequia.